“Somos armenios nativos aquí en Jerusalén. Provenimos de los que hace cientos de años vinieron como peregrinos, y que el patriarca armenio los alentó a que se quedaran para cuidar los lugares sagrados… ¡que en Jerusalén hay muchos! –nos dice Anshelous Zakarian, una anciana de 80 años ingeniosa e irónica -. Así fue como se estableció una comunidad muy numerosa, que había llegado a tener unas 20.000 personas. ”
Sus calles se caracterizan la apariencia amurallada, escondiendo casas con floridos jardines interiores que acogen vecindarios con varios hogares. Los nombres de las casas están escritos con el alfabeto propio de la lengua armenia, y el de algunas de sus calles principales mencionan sus referentes históricos como Ararat, una montaña que es un referente nacional para esta comunidad. Su presencia religiosa queda manifiesta en ricas catedrales como St. James, o en una destacada presencia en el Santo Sepulcro. Hay restaurantes de cocina armenia, museos o tiendas de alfarería policromada y de fotografía con reproducciones de la Jerusalén centenaria, cuando los fotógrafos armenios fueron más activos.
Hay un detalle que llama la atención: los carteles en las paredes con textos, mapas y fotos recuerdan el genocidio la comunidad armenia en manos de los jóvenes turcos en 1915. Carteles que a menudo están arrancados, como si alguien no quisiera que los vieran los numerosos turistas que pasan por sus calles. Muchas personas de la comunidad aseguran que lo hacen los israelíes (que desde la creación del estado de Israel ha presionado tanto la comunidad armenia como la árabe) con la voluntad de no hacer evidente su genocidio. Sea verdad o sea un mito, lo que si es cierto es que el barrio armenio recibe el acoso por la parte israelí de Jerusalén para apropiarse de sus propiedades pellizco a pellizco, ya que además está pegado al barrio judío el que se hay adentra.
Y es que, si algo encontramos en la comunidad armenia en Palestina, son numerosos ejemplos de dobles víctimas: víctimas de un genocidio en 1915 en Turquía y posteriormente víctimas de la expulsión en la limpieza étnica en Palestina en 1948 por parte de las tropas sionistas (sobre todo los que vivían en el lado oeste).
GENOCIDIO
El libro “Towards Golgota” Arda Arsenian es un conmovedor testimonio que recoge y revisa las memorias del largo viaje a Jerusalén su abuelo Hagop Arsenian huyendo del genocidio. “Después de catorce meses de mortal y tortuoso exilio, llegar a Jerusalén y situarse como familia en uno de los barrios del convento armenio fue una de las alegrías mayores que he sentido. Lejos quedaban los miedos a las espadas y las escopetas de los gendarmes, lejos quedaban los golpes que nos llenaban de terror a lo largo de todo el camino, lejos quedaba la espada de Damocles que pendía sobre nosotros semana a semana.”
Anshelous, como armenia palestina, recuerda lo que le contaban sus padres sobre la llegada de la segunda generación de armenios, los del siglo XX, que escapaban del genocidio. Fueron acogidos con los brazos abiertos e integrados. Pero siempre han sido diferenciados, incluso se les distingue por tener un habla rota del árabe. “Llegaron cientos de huérfanos a Palestina en tren. Los fueron colocando en los conventos, les dieron ropas, ya que muchos ni llevaban, y les dieron una escuela… Algunas familias abandonaban sus hijos en el tren para ver donde los llevaba al azar, ya que, si se quedaban, habrían muerto.
Las naciones árabes aceptaron la comunidad armenia y la cuidaron. Además, casi todas las familias armenias nativas de Palestina acogieron un huérfano por familia. La mía, por ejemplo, adoptó uno y le trató igual que un hijo. Y se produjeron bodas entre ellos. Algunos terminaron encontrando familiares suyos. El que adoptó mi familia, por ejemplo ¡encontró su madre en Irak algunos años después!
¡Nosotros, no paramos de hablar sobre el genocidio! Muchos armenios han sufrido mucho y nadie ha querido reconocer su dolor. Nadie nos apoya. Y nos conformaríamos que Turquía nos dijera, “Sí, pasó”. Pero hasta ahora no lo han hecho. Por eso estamos enfadados, después de todo lo que ha pasado.”
48 y 67
Anshelous fue, también, víctima de los conflictos con Israel del 48 y del 67. “Antes del 48, y durante el Mandato Británico, hasta cierto punto nos trataron bien y nos dotaron de educación. ¡Tuvimos mejor vida que con el Imperio Otomano, que éramos pobres! Los británicos nos llevaron a una vida mejor. Es cuando se crearon, por ejemplo, buenos fotógrafos armenio. Éramos muy felices y no había ninguna diferencia ni con los árabes, ni con los judíos. Los judíos de aquella época eran palestinos como nosotros, hablaban árabe y no hebreo. Fue la llegada de los sionistas que lo cambió todo. Algunos de ellos, después del 48, nos visitaron y se sorprendieron de que mi familia, que tenía una propiedad muy bonita, ahora viviera en una casa en el sótano con una sola ventana. Mi padre murió pobremente, sin dinero… ¡con la casa que tenía!”
La vida del Anshelous y la de cualquier persona armenia en Jerusalén cambia de nuevo cuando en 1948 la ciudad se divide en dos, y después en 1967 la parte israelí ocupa la parte palestina que estaba ocupada por Jordania. “Cuando me casé al poco tiempo mi marido fue asesinado. Fue en el 48. Cuando comenzaron las expulsiones de las tropas sionistas a la población palestina, un comandante del ejército Transjordano nos ofreció ir con él a Jordania para estar seguros. Fuimos, pero en un momento en que hubo una tregua él volvió. Cuando cruzó la calle fronteriza entre Jerusalén Este y Oeste una bala que venía del edificio de Nôtre Dame lo mató atravesándole la cabeza de atrás al frente. Me llevaron de Jordania a Palestina diciendo que mi padre estaba enfermo, pero encontré mi marido muriéndose en el Hospital.
Después, en la guerra del 67 recuerdo que disparaban alrededor de nuestra casa sin parar, las 24 horas al día. Murieron varias personas de mi familia. Después de seis días metidos en los refugios, salimos. Un militar israelí que nos habló francés nos preguntó si teníamos miedo, y que nos aconsejó que dejáramos el país, y que la carretera a Amman estaba abierta. Ya estábamos preparando las maletas cuando un vecino nos dijo que no lo dejáramos, que perderíamos las casas. Finalmente, no salimos, pero muchos perdieron las casas.
Actualmente creo que quedamos unos 2.000 ¡y habíamos sido unos 20.000! Somos una minoría aquí, no tenemos buenas posiciones y muchos han emigrado. ¡Los que viven en la Ribera occidental no sé cómo viven! Al menos los de Jerusalén tenemos ciertas ventajas, pero en la Ribera occidental no hay ni trabajo ni nada. ¡Ahora no sabemos ni dónde estamos! No somos israelíes, ya que nuestro documento sólo nos reconoce como residentes de Jerusalén. Somos ciudadanos de segunda clase y eso no nos pasaba antes del 48.”
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