Según la Agencia Noticiosa Ahlul Bait (ABNA) - Lo convocaron por teléfono a casa de sus padres como a todos los de su clase ’62. Despegó en avión Hércules de la Fuerza Aérea, y tras una escala en Comodoro Rivadavia, llegó a Puerto Argentino, Islas Malvinas. Imaginó que haría frío. Pero no imaginó que haría tanto. El frío se colaba en todo: en los pensamientos, en el temblor del mate cocido, en el pulso del fusil.
Al soldado musulmán lo asignaron como operador de radio. Su misión: comunicar ataques y alertas. Durante un mes y diez días del desembarco, no tuvo mucho para transmitir. Parecía pan comido. Hasta tuvo tiempo de responder el 21 de mayo, una carta de unos alumnos de Caleta Olivia: “Deciles a todos tus amigos”, escribió allí el soldado “que se queden tranquilos que vamos a defender las islas con todas nuestras fuerzas”. Cuatro días más tarde, le tocó comunicar por radio el principio del final: aviones británicos sobrevolando Puerto Argentino.
Desde ese 25 de mayo, pudo ver cómo las cosas se ponían feas. Del ruido lejano de aviones, al estruendo del bombardeo, incesante, torrencial. El soldado musulmán buscó transmitir la información dura, objetiva: cuántos aviones. Cuántos impactos. Cuántas bajas. Y sumó y sumó.
Los otros soldados gritaban con grito pavoroso de niño, cerca de la vida y cerca de la muerte, y ese lamento, para el soldado musulmán, era peor que todas las bombas. Así, se dijo, era como sonaba la guerra.
Un día, su propio compañero de trinchera, mientras buscaba refugio de la tormenta de bombas, voló desgarrado en medio de esa lluvia negra. Y el soldado musulmán comunicó puntillosamente la novedad por la radio. Durante tres días, los pasó sin comer, aterrado, aturdido, helado, bebiendo agua de lluvia que inundaba su trinchera. Transmitiendo por radio el horror.
El soldado musulmán rogó para que la pesadilla terminara. Y el 10 de junio de 1982 la pesadilla acabó. Los bombardeos se interrumpieron. Y de su propia radio escuchó la novedad: “Nos rendimos. No pongan resistencia. Entreguen las armas”.
El soldado musulmán vio cómo los británicos quitaban la bandera argentina de su batallón y se sintió morir en vida. Luego le quitaron la radio y el fusil, y lo encerraron en un galpón durante 14 días. En esas dos semanas, lo obligaron a enterrar a sus muertos. No hizo falta hacer pozos: allí estaban los cráteres del bombardeo. A algunos los reconoció. A otros, no.
Terminados los entierros, lo embarcaron en una nave inglesa llamada Canberra, y allí, en medio del Altántico, lo trasladaron al rompehielo argentino Almirante Iriza.
Ya a salvo en Ushuaia, rezó por los caídos. Y dio gracias a Dios por mantenerlo con vida.
El soldado musulmán se llamaba Marcelo Salomón. Para el 2005, enfermó de cáncer. Antes de morir, rogó visitar el impactante mausoleo del Imam Ridha (P), en Irán. Viajó hacia allí con su tía. No regresó más a la Argentina. En mayo del 2007, partió de este mundo con la guerra a cuestas. Tenía 45 años. Hasta el último día dijo que, si volvía la guerra, él regresaba a las islas.
Hoy Marcelo Salomón, el soldado musulmán veterano de Malvinas, está enterrado en Bnehran, al Norte del Líbano, en medio de la aldea de montaña donde nacieron sus abuelos. Junto a él, sepultaron a otros mártires. De otras guerras.
Con el tiempo, los restos de los compañeros caídos, se volvieron pastos y escarcha en las praderas heladas de Malvinas. Los cráteres de las bombas, ondulaciones suaves en el paisaje. Y su vieja radio, chatarra oxidada al sol de las islas. Su memoria, y la de todos ellos, sin embargo, sigue transmitiendo el mismo mensaje nítido y sin interferencias: las Malvinas, argentinas.
*Nota del periodista argentino, Abdul Wakil Cicco
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Fuentes : Ain / ABNA24
domingo
4 abril 2021
5:01:45
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Marcelo Salomón; ‘el argentino shiíta que defendió las Malvinas del invasor británico’
BUENOS AIRES. (ABNA) - El soldado musulmán nació en el barrio de Floresta. Y como todo niño, jamás imaginó que la guerra saltaría de la pantalla y las películas, y se convertiría en una espada de 74 días que cortaría su vida en dos. Tenía 19 años.