En el árabe del Corán, se utilizan pronombres masculinos para referirse a Dios, pero esto proporciona poco apoyo para que se genere una crítica como la que las feministas han realizado en contra del concepto cristiano de Dios. El feminismo de la diosa, por otra parte, es claramente incompatible con las enseñanzas del Islam. El Dios del Islam no es una mujer y no tiene hijas.
Sin embargo, las discusiones teológicas sobre los atributos de Dios indican muy claramente que hay aspectos femeninos y masculinos de la divinidad e incluso que lo femenino tiene prioridad.
Ahora bien, como ha argumentado Wolfson en su estudio de la teología islámica , las discusiones sobre los nombres y atributos de Dios desempeñan un papel en la teología islámica comparable a las discusiones sobre la Trinidad entre los teólogos cristianos.
Así pues, el concepto islámico de la divinidad no sólo está libre del sesgo masculino presente en el concepto de la Trinidad, sino que lo más parecido que podemos encontrar en el islam a la idea de las relaciones internas de la divinidad que se discute en el cristianismo en términos de la Trinidad es la idea de los nombres y atributos divinos en la que no sólo hay una ausencia de prejuicio en contra de lo femenino, sino que lo femenino se dignifica como primordial, por ejemplo, La misericordia de Dios precede a su ira.
El feminismo como imperialismo cultural
El feminismo ha sido durante mucho tiempo el arma favorita dentro del arsenal de las potencias colonialistas. Estos utilizaron al feminismo para reprimir a las culturas de las tierras que gobernaban, para ganar el apoyo local a la europeización y proporcionar una justificación moral al imperialismo. Los europeos entendieron muy mal el Islam antes del siglo XX. Esta confusión tuvo orígenes en las cruzadas, cuando se empleó una campaña de desinformación para reforzar el esfuerzo bélico. Uno de los aspectos de esta campaña se refería al género en el islam. Se condenaba al Islam por la poligamia, la sensualidad y el encierro de las mujeres tras el velo. Incluso en el siglo XVIII muchos europeos creían que el Islam enseñaba que las mujeres no tenían alma.
Durante el siglo XIX, las potencias colonialistas europeas, en particular los ingleses, se basaron en estos conceptos errados comunes para justificar un programa de erradicación de la cultura musulmana. La antropología victoriana contribuyó a la idea de que la cuspide de la evolución humana se encontraba en Inglaterra y que, por tanto, era natural y adecuado que los británicos gobernaran a otros pueblos.
Al mismo tiempo, en la propia Inglaterra surgía un movimiento feminista que se hacía oír. Los colonialistas utilizaron los argumentos de las feministas inglesas en su propia retórica para afirmar que, debido a que los musulmanes oprimían a sus mujeres, sus costumbres debían ser sustituidas por las costumbres europeas “civilizadas”.
Fue así como se utilizó el feminismo colonial contra otras culturas para favorecer el dominio colonial, en particular contra las culturas musulmanas, pero también con diferentes variantes contra las culturas locales de la India y África.
Los colonialistas argumentaron que la razón fundamental del atraso integral de las sociedades musulmanas era la prevalencia de las costumbres islámicas concernientes a las mujeres. El velo de la mujer musulmana se convirtió en el símbolo de su degradación y en el principal objetivo de la propaganda colonialista. Para que las sociedades musulmanas progresaran hacia la civilización, las mujeres de estas sociedades tendrían que aprender a vestirse y comportarse como las europeas.
Evelyn Baring, primer conde de Cromer fue cónsul general británico en Egipto desde 1882 a 1907, y utilizó con frecuencia argumentos feministas en sus ataques contra el Islam, afirmando que el Islam degradaba a las mujeres mientras que el cristianismo las elevaba, sin embargo, en Inglaterra Cromer ¡fue miembro fundador y presidente de la Liga de Hombres que se oponen al Sufragio Femenino! En sus declaraciones sobre Egipto destacaba que sólo abandonando el velo podría Egipto cosechar los beneficios de la penetración de la civilización occidental traída por los colonialistas. Los misioneros cristianos también se centraron en el papel de la mujer en las sociedades islámicas para justificar afirmaciones de la superioridad de la religión cristiana y la necesidad de realizar actividades misioneras en tierras musulmanas bajo la protección, por supuesto, de la destreza militar colonialista. Además de los gobernantes colonialistas y los misioneros, las feministas occidentales también propagaron la idea de que se deberían abandonar los preceptos islámicos concernientes a la mujer. Leila Ahmed afirma: “Además de los funcionarios y los misioneros, otras personas residentes en Egipto, por ejemplo, también promovieron estas ideas. Feministas europeas “bienintencionadas”, como Eugenie Le Brun (que acogió a la joven Huda Sha’rawi bajo su tutela), se empeñaron en hacer comprender a las jóvenes musulmanas el significado del velo y la necesidad de quitárselo como primer paso esencial en la lucha por la liberación femenina”.
El legado del feminismo colonialista
El legado del feminismo colonialista persistió desde el periodo neocolonialista hasta el presente. Las feministas occidentales siguen criticando a las sociedades musulmanas, prestando especial atención al velo, el cual sigue siendo visto por las feministas como el símbolo de la destrucción de la mujer por parte del patriarcado islámico. Los miembros de las clases altas de las sociedades musulmanas que adoptaron los modos de vestir, los modales, la decoración del hogar y las modas intelectuales occidentales, también aceptaron el feminismo colonialista. Las primeras feministas de las poblaciones autóctonas de los países colonizados fueron las de las clases altas, educadas en Europa o en escuelas europeas.
Los líderes nacionalistas de los países musulmanes, como Ataturk y Reza Shah, fueron los segundos en adoptar la retórica del feminismo colonialista, como parte de sus programas de modernización. Estaban totalmente de acuerdo con el tipo de valores y la visión del mundo que tenían los colonialistas.
También estaban de acuerdo con los colonialistas en que sus propias culturas debían ser reformadas para alcanzar los estándares de la civilización europea. Su única diferencia con los colonialistas era que querían dirigir ellos mismos el programa de modernización. No permitirían que los europeos gobernaran sus países, sino que ellos mismos los gobernarían, como lo harían los europeos, o quizás incluso más despiadadamente.
Los valores y las modas aprendidas de los colonialistas por las clases altas debían imponerse al conjunto de la sociedad. El símbolo más llamativo de esto fue el intento de prohibir los modos tradicionales de vestir islámicos. En 1936, Reza Shah anunció la emancipación de la mujer y catalogó de ilegal el velo islámico femenino. En 1963, se concedió a las mujeres el derecho al voto, y en la Ley de Protección de la Familia se ilegalizó la poligamia y se concedió a las mujeres la custodia de sus hijos en caso de divorcio. La Ley de Protección de la Familia fue revocada tras la victoria de la Revolución Islámica de Irán, cuando esta ley y muchas de las otras medidas introducidas por las feministas fueron declaradas junto con el resto del legado colonialista como normas contrarias a los objetivos del Islam. La conexión entre el feminismo y el imperialismo cultural está claramente indicada por Sachiko Murata cuando dice:
“Me parece que las feministas que han criticado diversos aspectos del Islam o de la sociedad islámica basan sus posturas en una cosmovisión radicalmente ajena a la cosmovisión islámica. Su crítica suele adoptar una postura moral. Piden una reforma, ya sea explícita o implícitamente. La reforma que tienen en mente es del tipo occidental moderno estándar. Esto significa, entre otras cosas, que existe un ideal abstracto, ideado por nosotros o por nuestro líder, y debe imponerse derrocando el antiguo orden. Esta reforma es del mismo tipo que el imperialismo occidental, el cual surge primero en Oriente como una actividad misionera cristiana. El lastre del hombre blanco fue ampliando sus horizontes -o reduciéndolos, según se mire-. La salvación ya no se pregonaba como ahora en el cristianismo, sino en la ciencia y el progreso”.
El profesor Murata observa a continuación que la crítica feminista da por sentada una postura decididamente moral y, partiendo de la base de que cualquier tipo de subordinación de la mujer al hombre es incorrecta y opresiva, pasa a denunciar al Islam, así como a los demás sistemas tradicionales que contienen normas que regulan las relaciones de género.
Es aquí donde los musulmanes tienen que detenerse y preguntarse si los supuestos morales que se utilizan para condenar su religión son realmente aceptables. El Islam tiene su propia moral y jurisprudencia basada en una metafísica que ha sido delineada a lo largo de los siglos por filósofos, gnósticos y teólogos musulmanes.
No se trata de que no hay injusticia en las sociedades islámicas, sino de que los musulmanes no podrán resolver sus problemas sociales como musulmanes consintiendo la hegemonía social y cultural de Occidente. Tanto lo femenino como lo masculino son armas de doble filo. Cada una tiene una valoración negativa y otra positiva. Si se quiere suavizar la tensión rígidamente “patriarcal” de algunos musulmanes contemporáneos, esto sólo podrá ocurrir cuando pongan un renovado énfasis en la feminidad como cualidad positiva y en el machismo como cualidad negativa. Y los musulmanes sólo podrán hacer las cosas como musulmanes -y no como imitadores de los occidentales- solo si vuelven a tener en cuenta las dimensiones espirituales e intelectuales de su propia tradición.