Para nadie es raro pasear por Recoleta y por el barrio Patronato, guiándose por olores exóticos y mujeres que cubren su pelo con un pañuelo en su cabeza. Los negocios que venden shawarmas se han hecho cada vez más populares y la danza árabe es un baile aprendido por las chilenas y admirado por los chilenos. La colonia árabe es una de las más masivas en nuestro país. Por eso la llegada de 117 palestinos refugiados no es sorpresiva. Pueblo migratorio, más por obligación que naturaleza, ha luchado siempre por arraigarse. Y Chile es lo que más se parece a un país que podría ser propio.
Cuando se quiere dar un número, algunos dicen que la colonia palestina en Chile llega a las 300 mil personas, ya sean originarias o descendientes. Eso la convierte en la más grande fuera del mundo árabe. No hay cómo extrañarse, entonces, por la importancia que ha tenido el conflicto en Medio Oriente en nuestro país. Como muestra está que durante 2004 todos los domingos aparecía en El Mercurio un listado de defunciones destinado a hacer un homenaje a los palestinos caídos en esa lucha. Los autores: la Federación Palestina en Chile.
La historia de este pueblo en nuestro largo y angosto territorio comienza a finales de 1880, cuando principalmente desde los pueblos de Beit-Jala, Belén y Beit-Sahur, abrumados por la ocupación turca otomana que se extendía desde 1516, muchos jóvenes palestinos comenzaron a escapar en busca de un futuro que les fuera más seguro. De hecho los primeros árabes oficialmente registrados participaron de un censo realizado en 1895.
En 1914 se produce la primera gran corriente migratoria a Chile, en plena Primera Guerra Mundial. Luego de ello, el gobierno británico prometió la independencia de Palestina a cambio de su apoyo contra Turquía. Esta alianza puso término a la ocupación turca, pero dejó a Palestina bajo la administración inglesa hasta 1948 cuando los británicos se retiran y los sionistas proclaman el Estado de Israel, produciéndose la segunda corriente migratoria hacia nuestro país. Así, en 1930 ya había en Chile casi siete mil árabes, de los cuales se estima que el 63 por ciento provenía de Palestina. En 1967 llega el tercer grupo, luego de la Guerra de los Seis Días en que Israel se enfrenta a Egipto, Jordania y Siria.
Según la información entregada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), los palestinos que llegaron este año como refugiados a Chile son 117 personas que, desde hace casi dos años, vivían en el campamento de Al Tanf, en la frontera entre Siria e Irak. Son refugiados o descendientes de aquellos que escaparon de Palestina en 1948, huyeron de los territorios ocupados alrededor de 1967, de Jordania en la década de 1970, de la guerra civil libanesa y de los países del Golfo Pérsico tras la Guerra del Golfo en 1991.
Durante el régimen de Saddam Hussein los palestinos que vivían en Irak recibieron protección y un trato relativamente preferencial. Pero eso cesó en 2003. De ahí en adelante, han sufrido persecuciones a manos de iraquíes que consideraban injusto el trato que habían recibido anteriormente, las que incluyen asesinato, violación, secuestro y robo. A algunos les destruyeron sus casas.
Quienes podían trataron de huir, aunque sin mucho éxito porque no tenían acceso a países fronterizos. Quedaron en un limbo y no tuvieron otra solución que crear su propio mundo: En Al Tanf hay escasez de agua y de atención médica. Los refugiados vivían en carpas, sufrían temperaturas extremas y luchaban contra las plagas de serpientes y escorpiones.
Chile y Brasil son hasta el momento los dos únicos que aceptaron recibir a los refugiados palestinos. En nuestro país se encuentran repartidos entre La Calera, San Felipe, Recoleta y Ñuñoa. REVISTA UNIVERSITARIA conversó con dos de ellos que hablan inglés y con una «paisana» chilena que se desvive por ayudarlos. Además, estuvimos en sus clases de español y en los talleres de inducción a la cultura nacional dictados por el equipo de la Vicaría de Pastoral Social y de los Trabajadores, y en uno de los chequeos médicos a los niños en un consultorio de Recoleta. A continuación algunos de los relatos de los protagonistas de esta historia de desarraigo y lucha por sobrevivir.
Riyad
«Cuando nos dijeron que era una posibilidad que nos viniéramos, le preguntamos a un amigo si podía revisar por Internet qué es lo había sobre Chile. Al llegar, me pareció como si estuviéramos en Europa.
He recorrido algo de Santiago en taxi y me compré una bicicleta para conocer las calles de Ñuñoa donde vivo con mi familia. He ido al Jumbo y al Homecenter.
Para sobrevivir aquí necesito dos cosas. Una es aprender el lenguaje, el español. Y es por eso que tenemos clases de una hora y media al día. Y dos, trabajo. En Irak yo trabajaba en una compañía de telefonía celular. Me gustaría hacer lo mismo acá, pero sino trabajaría en lo que fuera. Quiero hacer lo que cualquier chileno haría para pagar el arriendo y comprar comida. Mi esposa también podría encontrar trabajo. Ella habla muy bien inglés y quizás podría ser profesora. Nosotros queremos ser como todos acá: si el hombre y la mujer trabajan, por qué nosotros no. Está bien para nuestra religión que ellas también trabajen. Lo único es que acá las miran más porque usan su pañuelo (Jiyab), pero no creo que ese vaya a ser un problema. Creo que lo único diferente entre nuestras mujeres y las de otra religión es como ellas visten, pero ellas pueden trabajar, ir a cualquier lugar.
Tengo tres hijos, el más grande de 19 años, el siguiente de 18 y la siguiente es una niña y tiene 10. Dos de ellos no pueden ver bien y tendrán que ir a un colegio especial. Queremos que hagan algo, no que estén sentados en la casa.
Hasta ahora paso el día en mi cárcel. Le digo cárcel a mi casa, porque no hago nada cuando estoy en ella. Los días los pasamos yendo en la mañana a clases y en la tarde hablando con algunos amigos y, bueno, nada más.
Sólo porque Chile nos acogió, lo considero mi país. Voy a ayudar a Chile en lo que pueda. En dos años nadie nos ayudó ni nos dijo que nos fuéramos a su país. Toda la gente que está acá en Chile vivía en el mismo lugar en el desierto, en el mismo campamento. El otro día fuimos en bus a visitar a los que están en La Calera.
Los palestinos que llegaron mucho antes y que ya vivían en Chile nos han ayudado. Ellos saben lo que nosotros sentimos. Saben que no tenemos nada, que no hablamos el idioma y nos dicen que paso a paso lo vamos a conseguir. Chile es un muy buen país. Eso me hace sentir bien».
Amín
«Nuestra vida en Bagdad fue muy dolorosa después de la invasión norteamericana a Irak. Cuando el gobierno de Hussein fue derrocado, no había policías ni nadie que se hiciera cargo de nada. Llegaron milicias desde otros países y destruyeron todo. Los palestinos nos convertimos en extranjeros. La milicia comenzó a matar a los jóvenes y a los hombres palestinos. Y algunos fueron tomados prisioneros. Mis vecinos y amigos fueron asesinados.
25 mil palestinos vivían en Irak en 2003. Después de esta época hubo una gran migración de palestinos hacia otros países. Muchos de ellos no tenían pasaporte ni nacionalidad porque al no ser reconocidos como iraquíes ni siquiera poseían identidad. Algunos palestinos decidieron ir a la frontera con Jordania. Y los jordanos aceptaron llevar a alguna gente al desierto en su frontera con Irak. En 2006 hubo otra inmigración de palestinos hacia el desierto entre Irak y Siria. Los sirios no aceptaron que llegaran a su ciudad. Mi familia y yo íbamos en ese grupo de 250 personas. La Organización de las Naciones Unidas fue a vernos y nos entregaron carpas y alimentos secos. Estuvimos en un lugar muy peligroso, lleno de escorpiones, serpientes y enfermedades. No podíamos ir al hospital, la comida era muy poca. El primer año fue terrible. El segundo tuvimos más ayuda: nos entregaron agua limpia y generadores eléctricos.
Abrimos un pequeño colegio entre las carpas con nueve cursos. Los profesores éramos nosotros mismos. Yo hacía las clases de inglés, porque aprendí a hablar el idioma en la universidad y en 1990 viajé a Inglaterra a hacer un curso.
Yo no tengo país. Irak no es mi país. Yo nací en Bagdad, pero ellos nunca me reconocieron como iraquí. Mi mamá y mi hermano aún están allá, en el área palestina, donde viven entre 10 y 12 mil paisanos. Siempre les digo que en el desierto estuvimos solos mucho tiempo. Y que ningún país nos ayudó con la inmigración. Pero Chile sí lo hizo. Yo me quedaré aquí mientras nos acepten. Tengo 42 años y no estoy pensando en mí sino que en el futuro de mis hijos y creo que esto es bueno para ellos. He visto muchos palestinos que están felices y que se ven como chilenos. Quiero que mi familia sea chilena.
Mis hijos son Mohammed de 7 años y Mara, que tiene 1 año y siete meses. Ella nació en el desierto y antes de cumplir un año ya había sido picada en la rodilla por un escorpión. Estamos viviendo en Recoleta y nos gusta. No tenemos problemas y nada de que quejarnos hasta ahora. He visto a muchos policías caminando y cubriendo nuestra área. Pero bueno, la delincuencia está en todas partes del mundo. En Irak matan a la gente y no creo que eso pase aquí. Por ejemplo, una vez cerca de la mezquita en Bagdad vi a dos hombres tirados en el suelo, muertos, luego de que los asaltaran.»
Leyla y Nissar
Leyla es chilena y tiene algo más de 50 años. Su familia es de origen palestino y los suyos llegaron a Chile entre 1915 y 1918 provenientes de Beit-Jala y de Belén. Para ella sus raíces son fundamentales y se siente palestina. «Creo y comparto cada uno de los valores que identifican a la cultura árabe: el respeto a la familia, a los mayores, a la tierra y a Dios. Me hubiera encantado haber podido tener la vida que tuvieron mis abuelos en Palestina y quiero que mi propia familia se asemeje lo más posible a lo que es una familia de allá. Mis raíces me marcan. Vivimos en Recoleta, hemos ido siempre al Estadio Palestino, nos relacionamos con la cultura y en la casa cocino comida árabe. Sufro por el conflicto palestino. Quiero viajar y ayudar desde mi área que es la salud o bien como lo haría cualquier persona. Por eso, ahora que llegó este grupo de palestinos estoy haciendo todo lo posible porque estén bien», cuenta.
Los refugiados llegaron a vivir a dos cuadras de la casa de Leyla. Se topó con uno de ellos, Nissar, en la carnicería y se ha convertido en un vínculo para esa familia con el mundo chileno, pese a que no habla árabe. Los ha tratado de ayudar, sobre todo porque tienen una hija internada en el Hospital José Joaquín Aguirre. Los visita más de una vez a la semana y se preocupa de que tengan desde comida hasta artículos de aseo e higiene personal. También los ha invitado a su casa para que compartan con su familia. «Siento que tengo una deuda con ese pueblo, mi pueblo, y que existen muchas formas de ayudar. Incluso basta con tratar de conversar un rato, sonreírles, mostrarles cómo llegar caminando al hospital y al metro. Quiero que sepan que cuentan conmigo y mi familia para lo que necesiten», dice.
Nissar tiene cuatro hijos y su máxima preocupación desde que llegó ha sido tratar de averiguar cómo pagará los gastos médicos de su hija enferma. Antes de la llegada de los norteamericanos a Irak, trabajaba como chef y cada vez que alguien visita su casa en Chile trata de agasajarlo con café con unos toques de cardamomo y falafel.
Costumbres
El grupo de refugiados palestinos que está en Chile es musulmán y su religión les impone ciertas costumbres que pretenden seguir acá. Según información entregada por el Centro Islámico de Chile los fundamentos del Islam son cinco:1) El testimonio de fe es el primer pilar del Islam, que significa que todo creyente debe atestiguar que no existe nada digno de ser adorado excepto Allah y que Muhammad es su profeta y mensajero. 2) La oración (As-Salah), que se realiza cinco veces al día y que es un lazo directo entre el creyente y Allah. Aunque es preferible rezar colectivamente en una mezquita, un musulmán puede rezar casi en cualquier lugar; en el campo, en la oficina, en la fábrica o en la universidad. 3) El impuesto sobre la riqueza (Az-Zakah) que cada musulmán calcula y que consiste en el pago anual de aproximadamente el dos y medio por ciento de su capital. 4) El ayuno (As-Siyám) del mes de Ramadán, que consiste en que durante ese período desde el alba hasta la puesta de sol, deben abstenerse de comer, beber y tener relaciones sexuales. Los enfermos, los ancianos, los que están de viaje y las mujeres embarazadas o en estado de amamantar a sus hijos tienen permiso para quebrantar el ayuno y recuperar el número igual de días en el transcurso del año. Si no pueden realizarlo debido a causas físicas, deben alimentar a una persona necesitada por cada día que no cumplieron. 5) La peregrinación (Al-Hayy) anual a la Meca, que es una obligación sólo para los que desde un punto de vista físico y económico puedan efectuarla./112