La acción concreta, por ende, se precedió de un develamiento revelador que había de sancionar la legitimidad y procedencia de la decisión de combatir en un mes consagrado, nos referimos a la aleya 39 de la Sura Âl-Hayy, que señala: «Es permisible (la lucha) para aquellos que son atacados, puesto que han sido oprimidos. En verdad Dios es poderoso para auxiliarles» Se había puesto, pues, en juego mucho más que un acto de agresión comercial o político, esto nos lo recuerda la memoria que la historiografía clásica ha conservado de la propia acción guerrera.
De hecho el enfrentamiento se hacía necesario por cuanto en torno a los musulmanes se cerraba un peligroso cerco entre los idólatras y los entonces poderosos judíos de Medina, que habían observado con desconfianza e inquietud cómo se consolidaba el núcleo musulmán, y de qué forma éste no habría de ser un remedo doctrinal de su ya desvirtuada y depauperada religión. Los rabinos habían pretendido cortejar y cautivar al Profeta (Bpd), mientras advertían en él un comparsa local, un simple árabe que remedaba sus usos unitarios; no creyeron nunca en la autenticidad de su Misión. Por ello, no es fortuito -nada en este relato lo es- que se recibiera la orden revelada de establecer la nueva qibla, hacia el Santuario de Îbrahîm e Îsmaîl, muy poco tiempo antes de la decisión profética de llevar a cabo una acción rotunda y contundente que mostrase a los enemigos la resolución islámica.
La acción de aquel singular e irrepetible mes de Ramadán, pues, fue un acto de liberación definitiva de las fuerzas del Bien contra la peor coalición posible: la idolatría inicua por la Ignorancia y la desviación perversa del Conocimiento. Sin embargo, contrasta la disposición y convicción del Profeta (Bpd) con la actitud de los incrédulos que hubieron de ser forzados a combatir. Sólo el hecho de encontrar todos los pozos cegados, tal como sugiriera uno de los acompañantes del Profeta, Hubab, así como la deserción cauta del grueso caravanero, forzó al combate al grupo de mecanos que habían llegado en supuesto auxilio de sus bienes y pertenencias. La posición moral y mental del infiel aún en aquellos momentos en los cuales se sentía ufano de su superioridad material era la de eludir la molestia del combate; su mezquindad connatural había de esperar el éxito sobre los creyentes mediante tretas y hostilidad; sólo en algunos casos de exaltación y inquina personal la idea del combate abierto era atractiva. Âbû Sufîan cuando ya habían acampado en Yuhfa, un lugar próximo a los pozos, les aconsejó retirarse, pese a que eran mas de mil combatientes contra el grupo de los musulmanes, dos tercios inferior numéricamente.
Las dudas del grupo del Quraîsh mecano, contrastan en esos momentos con la resuelta disposición del Profeta y sus acompañantes más allegados, que dirigieron a sus camaradas apretando el paso por el Valle de Yalyal hacia los cenagales. Se sabe que una suave lluvia -intempestiva para aquella época pre-otoñal del añofacilitó el avance de los creyentes, pues alivió su fatiga, endureció el terreno por el que había de discurrir la pequeña columna y despejó el ambiente del polvo sofocante, mientras que aquel aguacero habría de hacer más penosa y lenta la expedición de los incrédulos que, en sentido contrario, había de ganar algunas cotas de altura –la colina de Aqanqal- bregando con el barro que se formaba con la humedad.
Aquella lluvia era una alegoría del trasunto que se dilucidaba en la marcha frenética hacia los pozos: para los creyentes era una bendición que animaba su andanza -el propio Profeta la reconoció como un buen augurio46 -, para el Quraîsh era una contrariedad que hubo de desanimar aún más a los más indispuestos al combate abierto. Sin embargo, frente a la disposición para la venganza y el rencor, entre los incrédulos primaba el sentido de la comodidad y la pereza; deseaban vencer a Muhammad, pero con lógica de tenderos calculaban sórdidamente el costo personal que ello les había de suponer.
Todo en aquella jornada, por tanto, hubo de ser alegoría y metáfora de una ancestral y primordial querella entre el Bien y la Maldad; por ello es relevante que el propio Profeta (Bpd), llegados a Badr y controlados los pozos, ya a la vista el grupo de los enemigos arengara a sus hermanos y compañeros apelando al Honor, al deber trascendente para el que habían sido distinguidos.
La mañana de Badr, se recuerda que el propio Muhammad formó a su gente y los alistó, hasta el punto de pasar revista a las filas que habían formado para el combate. Premonitoriamente, antes del combate descansó en el sencillo pabellón que habían dispuesto para él por sugerencia de Sa´d Îbn Mua`d, y sintió un breve y ligero sueño visionario y veraz48 en el que distinguió al mismo Yibrîl “armado para la guerra, y en las manos las riendas de un caballo enjaezado para el combate” (sic). Entonces, el Profeta les recordó por qué estaban allí y en qué medida la fortuna de la Fe estaba puesta en sus ánimos y espadas.
Desde el grupo mecano se acercó a caballo Âmîr Îbn Ûahab, que tenía habilidad en calcular el número de personas que conformaban un grupo, y estimó que habría unos trescientos combatientes en las filas de Muhammad (Bpd); al volver a su grupo dijo: “No tienen refugio ni reservas. Su resguardo son sus espadas.
Les será necesario adoptar una aptitud definitiva.
¿No veis que su decisión y su voluntad son firmes y ello se evidencia en sus rostros?”
Esto desanimó a los menos dispuestos al combate de entre los mecanos, de forma que entre ellos hubo diferencias y disputas sobre la necesidad de aprestarse al combate; hasta que un exaltado, Asuad Majsumî, cargado de soberbia por el hecho de que los musulmanes les vedasen el acceso a los pozos se abalanzó hacia la única alberca que habían dejado con agua, y Hamza Îbn Abdul Mutalîb le dio muerte, lo que declinó la voluntad de combate de los incrédulos, forzados por la situación sobrevenida.
Aquella fecha tuvo la singularidad, por otra parte, de las revelaciones puntuales que en ella se recibieron. Un poco antes de la lucha final, se supo por parte de los creyentes que el grueso de la caravana, dirigida por un cauto y escurridizo Âbû Sufîan, había puesto distancia con aquella conflictiva zona, y que sobre el terreno sólo quedaban los mecanos que se había aprestado desde la ciudad santa para proteger los bienes comerciales en peligro, los cuales, cínicamente eran aprestados por el propio huidizo a combatir para humillar a los musulmanes, por lo que se debatían entre huir o presentar combate. Para ellos, sólo fieles a sus beneficio material, la ocasión era una mera cuestión de oportunidad, para el Profeta (Bpd) , sin embargo, el momento se atenía a un lógica esotérica de diferente orden; recibió la revelación de la aleya séptima de la Sura Âl-Ânfâl (El Botín), que indicó cuál era el verdadero propósito de aquella excepcional jornada:
«Dios os prometió que uno de los dos grupos caería en vuestro poder y deseasteis que fuera el inerme (la caravana comercial), cuando lo que Dios quería era el triunfo de la Verdad con Sus Palabras, y extirpar a los incrédulos»
Tras aquella manifestación, el día de Badr habría de ser, definitivamente, el paradigma del yihâd combatiente en el Islam. La lucha contra el Mal y la enemistad de Dios y su Profeta, no la mera disputa por los bienes o potencias materiales. El triunfo militar sería, en consecuencia, un éxito sobre combatientes feroces y enconados, un puyazo a la soberbia de los incrédulos y refractarios a la Fe, no un golpe de suerte contra una caravana desguarnecida, ni una ocasión para la mera venganza o el enriquecimiento. Por supuesto, esta circunstancia hubo de tener su desenlace posterior al combate. No deja de ser significativo que aquellos develamientos se agruparan -como era habitual, por indicación del propio Profeta (Bpd) , en la sura conocida como “El Botin”-.
Tras la disputa contra los incrédulos, acontecieron sucesos que como todo lo que aquel día tuvo lugar, son un arquetipo para el conocimiento de la auténtica y correcta forma de la islamidad muhammadiana.
Así pues, el gran beneficio formal de aquel suceso militar, con independencia de las muertes de los entonces peores enemigos del Islam, fue la toma de una serie de prisioneros entre los más enconados refractarios infieles contra los creyentes; de forma que la actitud con que Muhammad (Bpd) se ocupo de cada uno de ellos, marcaría igualmente una forma antonomástica de enfrentar la hostilidad contra el Islam, dado que él, en su bendito discernimiento, discriminó netamente cada caso, actuando conforme a criterios que indican una gradación en la clasificación de la enemistad y en su mejor forma de combate.
Las aleyas que de forma jurisprudencial han establecido en el Derecho islámico la manera de establecer las prerrogativas individuales e institucionales sobre la captura, fueron descendidas con ocasión de aquella jornada. Nunca hasta aquel momento la Comunidad de los creyentes se enfrentó a un supuesto práctico tal. Por ello, esta circunstancia tiene un gran valor referencial.
Ha de tenerse presente que la fuente primordial que es la Revelación, que llega a ser la base de la religiosidad, se concreta en el Libro -un documento- que es manifestación macrocósmica51 , y “que como tal contiene las ideas o arquetipos de todas las cosas” (sic). Por ello, ha significado el Doctor Nars, que el término que se aplica para significar los versos coránicos: âîat, representa, tanto los acontecimientos que se suceden dentro de las almas de los seres humanos, como y a la vez que los fenómenos naturales e históricos en el mundo material. Siendo la “religiosidad” sobrevenida a partir de todo ello, expresión de ambos ámbitos, lo que interesa al observador estudioso del fenómeno antropológico, histórico o social que es la islamidad de origen muhammadiano. En la cotidianeidad y devenir de aquella primera colectividad, se sucedieron situaciones que no siempre fueron reguladas por una revelación divina; en algunos casos los creyentes aplicaron criterios ponderados basados en sus propios usos culturales, que el Profeta (Bpd) no descalificó, sancionándolos de esta forma; en otros casos, él mismo estableció la pauta de conducta, generando otra forma de jurisprudencia, fuente del Derecho en su dimensión tanto esencial, como positiva. Finalmente, hubo una tercera, y más relevante, traza para la construcción del criterio legal correcto: la revelación directa, y específica. Ésta se sucedió en los caso más paradigmáticos de la vida comunitaria, aquellos que habrían de marcar una impronta excepcional, o los que tenían un singular proyección en la identidad correcta de la vida islámica de todos los tiempos.
Por todo ello, la revelación del criterio y modo de establecer el reparto del botín tomado a los incrédulos en la jornada de Badr, es un ejemplo de este tipo de situación, y de su consecuencia indeleble en la legalidad islámica. Por vez primera hubo la necesidad de determinar criterios conciliadores entre los derechos individuales de los combatientes, tradicionalmente poseedores de los despojos de los enemigos vencidos o capturados, y la lógica de un incipiente pero coherente y sólido sentido del Estado, determinado, y entonces delimitado, por la autoridad -ûilâîa- del propio Muhammad sobre su Comunidad.
Así, personalmente hubo de mediar ante las diferencias de opinión de los combatientes que habían permanecido en torno al pabellón o baluarte, que era el eje de mando desde donde el Profeta (Bpd) dirigió la acción, y los que habían batallado en las primeras y más activas líneas. Ya que tradicionalmente, los árabes combatían de forma particular, de manera que el despojo era igualmente individual y privativo de su tomador. Sin embargo, en aquella ocasión, el Profeta tomó bajo su jurisdicción supraindividual y privativa toda la presa, y la entregó en calidad de custodia legal -a`manat- a Abdullah Îbn Kaab; de forma que superó el sistema de trofeos privados, por la nueva e innovadora noción de un botín colectivo: los musulmanes con aquel gesto, pasaban de ser un grupo coligado para la acción, a un colectivo articulado y disciplinado. Estaban aprendiendo tanto a combatir con disciplina trascendente, como a orientar sus individualidades bajo el patronazgo del Profeta (Bpd), que aparecería, social y doctrinalmente, como la expresión de la soberanía y legitimidad que daba sentido histórico a aquel grupo humano. Con el criterio para distribuir los beneficios, estaba surgiendo la legalidad metahistórica del primer y originario Estado islámico, atemporal y eterno.
Así pues, en aquella ocasión ya el Profeta estableció y dejó fijado un razonamiento de paridad e igualdad de derechos sobre el monto de todo botín o beneficio, con independencia de los logros individuales en la toma de los despojos. Ello contrastaba con los usos antiguos, que discriminaban entre lo que cada combatiente tomaba privadamente. De esta manera se estableció un célebre parámetro meta-jurídico, el cual, por ejemplo, más tarde sería el objeto de una notable controversia histórica, pues siguiendo ese criterio ponderado por el propio Profeta (Bpd), Imâm A`lî (P), durante su gobierno político, estableció el derecho de los creyentes a un parte del Tesoro Público, frente a los usos tribales discriminatorios que se impusieron, por presión específica del grupo familiar omeya, durante el periodo de gobierno del tercer califa histórico. Badr también en este aspecto generó una forma de islamidad jurisprudencial, que pasado el tiempo habría de ser un diferenciador, según su asunción y conservación, entre los partidarios de atesorar el referente indubitable profético, esotérico y trascendente, y los partidarios de las innovaciones, e incluso involuciones tribales, laicistas y consensuales. De esta forma, A`lî (P), transmutado en califa, y conservando el canon del reparto del botín tras el día de Badr, hacía de ello un paradigma, y la base y expresión de su legitimidad como dirigente para los creyentes.
La enseñanza de aquella victoria, pues, acabó por ser un referente doctrinal de primer orden por su carácter revelado y profético, y concluiría por ser el fiel de la balanza política entre la corrección y legitimidad de los derechos alidas, y la oportunidad histórica de quienes compitieron frente a él por el mando sobre la comunidad.
La noche de aquel excepcional día, ya las primeras horas del 18 de Ramadán, el Profeta (Bpd) fue hasta el pozo donde dispusiera arrojar los cadáveres de los enemigos vencidos y dirigiéndose a ellos dijo:
“¡Gentes del Foso! ¿Habéis comprendido ya que era cierto lo que vuestro Dueño os prometió? Yo, por mi parte, he visto como era Verdad la promesa de mi Señor”
Como quiera que, pese a la soledad, fuese escuchado por algunos de los musulmanes, y estos se sorprendieran de que dialogase con los muertos, dijo:
“Vosotros mismos no escucháis mejor que ellos lo que estoy diciendo; pero ellos ya no pueden responderme”.
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