Ser musulmán en España es ser miembro de una religión compuesta mayoritariamente por inmigrantes en situación de exclusión social, y que mantienen fuertes vínculos con sus países de origen, algunos de los cuales constituyen regímenes políticos en los cuales el islam es religión de Estado. Por último, ser musulmán en España es ser miembro de una religión que está siendo constantemente atacada, en el contexto de la globalización y de la geopolítica internacional.
En unas pocas frases hemos mencionado una serie de elementos cuyo análisis particular resulta harto complejo, abarcando aspectos históricos, jurídicos, políticos (nacional e internacional), sociales y culturales, y eso sin hacer mención de los estrictamente religiosos. Cada uno de estos aspectos requeriría por lo menos una conferencia específica para su completo desarrollo. En este capítulo inicial intentaremos de ofrecer una imagen comprehensiva de lo que implica ser musulmán en la España del siglo XXI, desde una perspectiva holística, teniendo en cuenta lo local y lo global, el peso del pasado y la cuestión identitaria, cuestiones que como sabemos están interrelacionadas.
No hablaremos de la vivencia personal que un musulmán puede tener de su religión, de lo que significa ser musulmán, sea en España o en la China. Si lo hiciésemos, tendríamos que decir que ser musulmán significa vivir en el asombro, entregado y entregándose al Creador de los cielos y la tierra, deberíamos decir que implica saberse califa de Dios sobre la tierra, encargado del cuidado del mundo, aquí y ahora. Tendríamos que explicar que ser musulmán implica seguir una sharia, una guía, y asumir una serie de valores… Deberíamos decir que ser musulmán, en España o donde sea, es una opción espiritual, que amplía la mirada y la libera del peso de lo mundano, para abrirse a la basta tierra de Al-lâh… En definitiva, me temo que acabaríamos escribiendo un libro de religión y no sobre el significado del retorno del islam a a-Andalus. Así pues, no nos centraremos en la religión en si, sino en el contexto en el cual se desarrolla: la España de principios del siglo XXI.
Nuestra intención es poner sobre la mesa una serie de temas, que consideramos fundamentales para entender la problemática interna de las comunidades musulmanas, caracterizada a grandes rasgos por la precariedad social, el incumplimiento de sus derechos religiosos, la desigualdad jurídica respeto a la religión mayoritaria, la islamofobia, la persistencia del nacional-catolicismo. Y a nivel interno, por la fragmentación interna, la poca preparación de la mayoría de los dirigentes religiosos e imames, las rivalidades ideológicas, el avance de las corrientes salafistas y las injerencias extranjeras. Todo esto en el marco de la globalización, en el cual los inmigrantes mantienen estrechos lazos con los países de origen, un marco global caracterizado por los constantes flujos de información, en el cual lo sucedido en la otra punta del planeta puede llegar a afectar a nuestra vida cotidiana. Son muchos temas, por lo cual pasaré sobre ellos por encima.
De los temas mencionados, a la opinión pública en general sólo parece interesarle todo aquello que hace referencia al fundamentalismo o a la violencia, o lo que señala la presencia del islam como un peligro para la identidad del territorio, ya sea España o cualquier comunidad autónoma con una conciencia nacional desarrollada. Pero el hecho es que se trata de temas que no se pueden separar, hasta el punto de que el éxito del salafismo o del fundamentalismo entre determinados colectivos musulmanes es en muchos sentidos el resultado de los otros.
La situación que voy a describir puede parecer dramática, pero debemos señalar que está caracterizada también por la fuerza y los anhelos de más de un millón de musulmanes, hombres y mujeres que aspiran a una vida digna, siendo mayoritariamente partidarios de una integración positiva del islam en el espacio lacio, partidarios de la adopción de los valores democráticos y de consenso, sin necesidad de renunciar ni a sus creencias ni a sus particularidades culturales, en el caso de los inmigrantes.
1. En primer lugar, debemos mencionar la precariedad social.
Ser musulmán en España nos sitúa como parte de un colectivo compuesto mayoritariamente por inmigrantes, con todo lo que eso implica de precariedad y de tensión social. España es el cuarto país de la UE en número de musulmanes, con cerca de un millón y medio, la mayoría de ellos procedentes de la inmigración. El 80% proceden del Magreb, y el resto de Oriente Medio, Pakistán, Senegal, Mali o Nigeria principalmente, sin olvidar las poblaciones de Ceuta y Melilla, y la generación de nacidos en España. Existe también un importante número de ‘conversos’, que suele decirse que ronda los 50.000, pero estas cifras son meras hipótesis. Unos 350.000 se encuentran en Madrid y otro tanto en Cataluña. Andalucía es la tercera comunidad en número de musulmanes, seguida de la Región de Murcia.
La mayoría de los musulmanes que viven en España provienen de la inmigración, en un país poco acostumbrado a la diversidad, y con un nivel de desarrollo de los derechos sociales muy inferior al resto de países europeos con un alto índice de inmigrantes. Como sabemos, la población inmigrante se haya sometida a una serie de normas legales diferentes al resto de la ciudadanía. La Ley de Extranjería y el conjunto de normas especiales para personas extranjeras niegan o recortan sus derechos y someten a un trato discriminatorio a las personas en función de su origen nacional. Discriminación especialmente grave hacia aquellos que se encuentran en situación irregular. Al fin y al cabo hace que el poder convierta a los inmigrantes en inferiores en el plano jurídico y social, permitiendo en muchos casos su explotación.
Este hecho afecta sin duda a la experiencia que del islam podamos tener los musulmanes en España. Esta precariedad social ayuda a explicar el precario desarrollo organizativo de los musulmanes en España.
2. Como segundo elemento, ser musulmán en España nos sitúa en la tesitura de tener que contestar a todos los discursos negativos a través de los cuales el islam es presentado como enemigo de occidente. Me refiero, claro esta, a la islamofobia.
Proliferan los discursos en los cuales el islam es asimilado a la violencia, al totalitarismo y a la discriminación de la mujer. Resulta alarmante la penetración de estos discursos en los programas de partidos democráticos, con el pretexto de la promoción de la preferencia “nacional” enfrente de los colectivos inmigrantes. Este clima de sospecha generalizada conduce a todo tipo de discriminaciones, como son el rechazo social, las dificultades para conseguir vivienda o la discriminación laboral. Al mismo tiempo, esta islamofobia actúa a modo de coacción ante las instituciones, y provoca que los musulmanes españoles encuentren cada vez mayores dificultades para abrir lugares de culto y realizar otras prácticas inherentes a su religión.
Nos enfrentamos a la creación de una cultura de la violencia, en la cual ‘los musulmanes’ aparecen como contrarios a los ‘valores de occidente’. Debemos ser conscientes de la naturaleza de la islamofobia, que no es sino una actualización del antisemitismo clásico europeo. Todos y cada uno de los elementos de la judeofobia clásica europea tienen una correspondencia en la islamofobia. Se trata del mismo antisemitismo, pero con uno objeto de odio renovado, con los musulmanes ocupando el papel de ‘el otro inasimilable’, que se niega a abandonar su identidad para sumergirse en el rebaño.
La islamofobia es el fascismo del siglo XXI, una auténtica amenaza para la democracia. La islamofobia es una enfermedad psico-social, del mismo grupo que otras enfermedades parecidas, como el racismo, la xenofobia o la judeofobia. Este grupo de enfermedades se conoce con el nombre genérico de fascismo, y se fundamenta en el odio al otro, entendido éste como una entidad ajena y peligrosa, con valores particulares y extraños y contagiosos, amenazadores para la sociedad. La islamofobia, como las demás variantes del fascismo, prepara siempre las condiciones del exterminio del colectivo al que se demoniza.
3. Ser musulmán en España nos sitúa en tensión con una determinada concepción de España, vinculada a los mitos nacional-católicos, en la cual lo andalusí ha sido excluido. Nos encontramos con la persistencia del nacional-catolicismo, que resucita bajo el paraguas neocón del choque de civilizaciones.
Todos los elementos que estamos mencionando nos remiten a una realidad social dolorosa pero incuestionable: la presencia del islam a España genera resistencias entre amplios sectores de la población, que actúan como freno a la normalización del pluralismo religioso y conducen a los musulmanes a situarse en los márgenes de la sociedad. Con frecuencia, estas resistencias a aceptar la presencia del islam aparecen vinculadas a una determinada concepción de la identidad española. Estas resistencias se dan también en otros países europeos, pero en España tiene unas connotaciones muy particulares, estaría tentado de decir ‘muy españolas’.
Este discurso pretende que el islam es ajeno a la identidad española, que los musulmanes que vivieron en la Península durante ocho siglos eran extranjeros, que Al Andalus es una época maldita, en la cual la "verdadera España" fue arrinconada en los montes asturianos, desde donde inició una gloriosa reconquista. Vuelven Don Pelayo, Santiago Matamoros y el Cid Campeador como exponentes de la España eterna.
No podemos pasar por alto el sentido último de esta conexión entre el pasado y el presente, como si se tratase de situaciones destinadas a repetirse. La presencia del islam en la España del siglo XXI es presentada como una reminiscencia de la "invasión musulmana" de la Hispania visigoda. Cuando se justifican la Inquisición y la expulsión de los moriscos con el argumento de que España estaba en guerra con el islam y de que aquéllos eran una "quinta columna", es inevitable trazar un paralelo con la situación actual, en la cual es habitual escuchar que estamos en "guerra contra el islam" y que los ciudadanos musulmanes son "quintacolumnistas" que ponen en peligro la identidad española. La expulsión o el exterminio emergen como la solución final para asegurar el retorno a la España "inmaculada" de los antepasados.
Si he insistido en este punto es porque ésta es una realidad a la que nos enfrentamos los musulmanes españoles, y porque estos discursos tienen una incidencia real y continuada en nuestras vidas, creando una fractura mental e ideológica, en la cual lo español es asimilado a lo católico, y el islam aparece como su contrario. Si unimos la persistencia del nacional-catolicismo a la creciente islamofóbia, y encima le sumamos las reticencias con respecto a la inmigración, parece comprensible que los musulmanes tengan motivos sobrados para temer lo peor.
4. Conectado con lo anterior: ser musulmán en España implica saberse heredero de la cultura andalusí.
Solo pronunciar este enunciado me doy perfecta cuenta de que en realidad no puede aplicarse a la mayoría de los musulmanes que viven en España. No creo que a un inmigrante gambiano que trabaja en el campo la cultura andalusí le importe demasiado, y hasta es posible que ni siquiera sepa que en la Península Ibérica durante siglos el islam fue la religión mayoritaria. Sin embargo, esta presentación no sería completa sin una referencia a esta parte de nuestra memoria colectiva.
En relación a la historia de España, debemos ser conscientes de la urgencia de una narración inclusiva, una narración en la cual la referencia a la presencia del islam en la España medieval parece inevitable. Willem Frijhoff es director del proyecto ‘Como lograr una identidad colectiva holandesa en que se reconozcan las distintas culturas que viven en los países bajos’. Según él, los modelos multicultural y asimilacionista están agotados, y en la actualidad se tiende a un tercer modelo, que él califica como ‘participativo’, pero que en España damos en llamar ‘inter-cultural’.
Se trata de trabajar sobre una realidad social de forma no impositiva, mediante acciones-puente, tanto al nivel discursivo como simbólico. En esta línea, Willem Frijhoff afirma que dentro de este paradigma es fundamental que “las segundas y terceras generaciones de inmigrantes puedan identificarse con la historia del país de acogida”. Frijhoff apela el desarrollo de un canon cultural: todo aquello que un grupo de personas han de saber y sentir para percibirse como partes de un mismo proyecto colectivo. Se trata de aplicar técnicas modernas de resolución de conflictos, buscando situar por encima de las diferencias los elementos básicos que generan una unión.
En las actuales circunstancias, cuando la tensión con la nueva inmigración musulmana no deja de crecer, sería casi suicida renunciar al potencial integrador que representa al-Andalus.
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Hasta ahora hemos mencionado elementos externos –sociales, políticos, históricos y culturales- que dificultan la normalización de la presencia del islam en nuestra sociedad: la precariedad social, la vulneración de derechos, la desigualdad jurídica respecto a la religión mayoritaria, la islamofobia y la persistencia del nacional catolicismo.
Ahora debemos referirnos a las dificultades intraislámicas, como son la fragmentación de las comunidades, la falta de un liderazgo mínimamente serio, las injerencias extranjeras y la propagación el salafismo y otros discursos islámicos de ruptura con la sociedad. Pues resulta evidente que no todos los problemas de los musulmanes en España vienen de fuera, y que las propias comunidades musulmanas no han