Tras seis años de presencia militar en Irak, las operaciones de combate del Reino Unido llegaron este jueves a su fin. De los 4.000 soldados que servían principalmente en la provincia de Basora, en el sur del país, sólo quedarán 400 a finales de julio y estos se encargarán de asuntos administrativos o de entrenar a la Armada iraquí.
Entre ceremonias en memoria de los muertos y de entrega de responsabilidades a los estadounidenses, concluye para los británicos una guerra que tuvo y sigue teniendo un impacto profundo en la política exterior del Reino Unido. Por un lado, alteró fundamentalmente el mapa estratégico del Medio Oriente, facilitando la elevación de Irán a un papel protagónico en la región. Además, propulsó la política exterior y particularmente el uso de la fuerza al frente de la agenda política. Y acabó en parte con la idea de que se puede usar la fuerza militar para resolver disputas internacionales que surgió tras el fin de la Guerra Fría.
Sin fuerzas
El luchar en dos frentes, Afganistán e Irak, puso demasiada presión en las fuerzas armadas británicas. Aunque la opinión generalizada es que los soldados británicos lucharon con gran valentía y profesionalismo en el sur de Irak, los críticos dicen que nunca hubo suficientes tropas ni recursos y que Londres muy rápidamente se empezó a preocupar más por cómo salir de Irak que de cómo ganar.
Hasta cierto punto, las decisiones que se tomaron empañaron la reputación del Reino Unido en Estados Unidos como el más fiable aliado de Washington, como reflejó el coronel Peter Mansoor, un ex asistente del general David Petraeus, en conversación con la BBC.
"Los británicos empezaron la guerra de Irak con una reputación excelente, pero se fue desgastando a medida que pasaba el tiempo. No creo que se vaya a convertir en un punto de fricción entre las fuerzas estadounidenses y británicas, si estas últimas aprenden las lecciones y las aplican bien en Afganistán".
Pero en Afganistán, todo parece indicar que el mismo patrón se repetirá. Aunque EE.UU. está desplegando miles de militares en el sur del país, que está bajo el comando del Reino Unido, el primer ministro Gordon Brown dejó claro el miércoles que no enviará refuerzos permanentes a pesar de las recomendaciones de los altos mandos castrenses.
Una guerra conflictiva
La guerra dividió a la sociedad británica como ningún otro conflicto lo había hecho desde la crisis del Canal del Suez en 1956. Parte de la opinión pública se oponía a la guerra desde el principio, y esa oposición nunca se acalló. Encima, lo que se creía que iba a ser una breve invasión y retirada se tornó en una larga campaña contra los insurgentes. En el largo plazo, eso tuvo un profundo impacto político y contribuyó significativamente al desgaste de la inmensa popularidad con la que durante años contó el primer ministro Tony Blair, quien eventualmente renunció en 2007.
La caída de Blair arrastró consigo un concepto con el que el ex primer ministro se identificaba desde antes del conflicto en Irak: la intervención humanitaria -la idea de que la fuerza militar puede ser usada para "hacer el bien", para traer estabilidad y ponerle fin a una tiranía-. La estrategia parecía haber funcionado en los Balcanes y en Sierra Leona.
A pesar de que los defensores de esta idea dirían que Irak no es un ejemplo de intervención humanitaria -y pueden estar en lo cierto- la guerra en Irak le quitó mérito y gobiernos futuros serán más cautelosos a la hora de embarcarse en aventuras militares en el extranjero.