Si el triunfo de la Revolución Islámica en Irán marcó el punto de inflexión de un sistema basado en los valores materiales, la fatwa del Imam Jomeini, la misericordia de Dios sea con él, condenando a Salmán Rushdie a muerte por sus blasfemos Versículos Satánicos, fue como si una mano gigantesca trazase de un solo plumazo una línea de demarcación que no podría ser traspasada en adelante en ninguna parte del mundo. La línea que marcaba el límite entre la libertad de expresión y el respeto a los valores sagrados de los musulmanes.
Con su fatwa, el Imam Jomeini, dejaba claro a los poderes dominantes que un nuevo poder había hecho acto de presencia en el escenario de la historia, poniendo límites al poder absoluto que ellos creían poseer.
Recuerdo que, por aquellos días, vivía yo en Madrid y envié una pequeña carta al periódico El País, en la que defendía que, para cualquier ser humano normal, era evidente que no se podía utilizar la libertad de expresión como pretexto para insultar a Jesucristo y a su Santa Madre la Virgen María, degradando su santa condición y situándoles como regentes de un burdel. Y que eso mismo valía para el Profeta del Islam y su Sagrada familia, que son los referentes morales y religiosos de un sector importante de la humanidad, y que blasfemar contra sus personas suponía un ataque contra esos mismos valores morales y esos paradigmas de virtud y santidad y, por lo tanto, un crimen.
Al día siguiente, recibí en mi casa la llamada telefónica de una persona que dijo representar a un colectivo de profesionales católicos que habían leído mi Carta a los Lectores y querían hacerme llegar su alegría de que: “Por fin, hubiese aparecido en este mundo una fuerza capaz de poner límite a esas gentes que se creían con poder ilimitado para burlarse y blasfemar contra las creencias religiosas de los creyentes” y que, un poco sorprendido por sus propias conclusiones, me confesó que:
“Comenzaban a darse cuenta de que el triunfo de la Revolución Islámica en Irán suponía una bendición para la humanidad y no lo contrario, como todos los medios de comunicación tratan de hacernos creer.”
Desde entonces ha llovido mucho. Se cumplen en estos días veinte años del fallecimiento del Imam Jomeini, Dios proteja su noble secreto, y lo que entonces era sólo evidente para una ínfima minoría, comienza hoy a ser patrimonio común de un sector cada vez más amplio de la humanidad. Con la ayuda de esta revolución triunfante que el Imam dirigiera, no solamente los pueblos palestino y libanes han conseguido resistir con éxito los afanes expansionistas y liberticidas del sionismo, sino que, cada vez más, un mayor número de pueblos del mundo, especialmente de nuestra amada América Latina, comienza a liberarse del yugo imperialista de los EEUU y a descubrir la naturaleza solidaria con los pueblos en la que esta revolución islámica hunde sus raíces. Seguramente, si el imperialismo sionista no estuviese tan ocupado en Oriente Medio, tratando de acabar con la nueva “contradicción fundamental del sistema” que supone la Revolución Islámica de Irán, los pueblos de América Latina no habrían tenido las mismas oportunidades de liberación que en estos momentos encuentran.
Respecto a la conmoción que supuso para los poderes occidentales la fatwa del Imam Jomeini, el 30 de Marzo de 1989, el sociólogo francés Jean Braudillar escribía su artículo titulado “La despresurización de Occidente” en el que decía: Con el caso Rushdie, Jomeini ha culminado su hazaña, consiguiendo que Occidente, en su conjunto, sea rehén de sí mismo. Este espectacular perfeccionamiento de la toma de rehenes la convierte en una estrategia mundial, capaz de echar por tierra todas las relaciones de fuerza por la simple acción de la palabra.
En vez de contar todas esas pamplinas sobre la barbarie medieval del Ayatolá y esperar que todo desaparezca milagrosamente con su muerte, sería preferible interrogarse sobre en qué consiste el poderío simbólico, la eficacia simbólica de tal gesto. Enfrentado al mundo entero, tras una guerra agotadora y con una correlación de fuerzas política, militar y económicamente del todo negativa, el Ayatolá dispone de una única arma ínfima e inmaterial, pero que no está lejos de ser el arma absoluta: la negación absoluta de los valores occidentales de progreso, de racionalidad, de moral política, de democracia, etcétera. Hoy sólo él tiene la palabra, porque sólo él asume contra todos la postura maniquea del principio del mal, sólo él asume el decidir qué es el mal y exorcizarlo, sólo él acepta encarnarlo mediante el terror (Es decir: La condena a muerte del blasfemo.)…
¿Quién ha ganado? El Ayatolá, por supuesto. Simbólicamente, es cierto que seguimos con el poder de destruirlo, pero simbólicamente es él quien ha ganado, y el poderío simbólico es siempre superior al de las armas y el dinero; nuestro idealismo moderno debió enseñárnoslo.
De alguna manera es la revancha del otro mundo. El Tercer Mundo jamás había logrado plantear un verdadero desafío a Occidente. …
El efecto de fascinación -de atracción y de repulsión mundiales- desatado por el veredicto de muerte del Ayatolá contra Rushdie es en todo similar a ese fenómeno de despresurización brutal de una cabina de avión cuando se produce una brecha o una fractura en el fuselaje. Todo es violentamente aspirado hacia el exterior, hacia el vacío, en función de la diferencia de presiones entre ambos espacios. Basta con practicar una brecha, un agujero, en la película ultrafina que separa los dos mundos.
El Islam entero, el Islam actual, que no es en absoluto el de la Edad Media y que es necesario apreciar en términos estratégicos y no morales o religiosos, está haciendo el vacío en torno al sistema occidental (incluyendo a los países del Este), y practicando de tiempo en tiempo en ese sistema, mediante un solo acto o una sola palabra, brechas por las que nuestros valores se precipitan al vacío. El Islam no ejerce presión revolucionaria sobre el universo occidental, no se arriesga a convertirlo o a conquistarlo: se contenta con desestabilizarlo mediante esta agresión viral, en nombre del principio del mal, al que nada tenemos que oponer… Es todo nuestro sistema lo que se precipita al servicio del Ayatolá. No tiene más que levantar el meñique, y nuestra conturbada fascinación es aspirada por el principio del mal. Su estrategia es, por tanto, asombrosamente moderna, contra todo lo que se quiera decir. Mucho más moderna que la nuestra, puesto que consiste en inyectar sutilmente elementos arcaicos en un contexto moderno: una fatwa, un decreto de muerte, una imprecación, no importa qué. Si nuestro universo occidental fuera sólido, ni siquiera tendría sentido. Pero, por el contrario, todo nuestro sistema se precipita al vacío y sirve de caja de resonancia: sirve de superconductor de ese virus.
¿Cómo comprender? También en este caso es la revancha del otro mundo: ya llevamos al resto del mundo bastantes gérmenes, enfermedades, epidemias e ideologías contra las cuales estaban indefensos; pareciera que, por un irónico giro de las cosas, seamos nosotros los que estemos hoy indefensos ante un infame, pequeño microbio arcaico. También Albin Toffler en 1990 en su obra El cambio de Poder se refería al Imam Jomeini en estos términos:
La resurrección de la religión
Cuando Ayatolá Jomeini pidió un mártir que se encargara de asesinar a Salman Rushdie, cuya novela Los versículos satánicos Jomeini denunció como blasfema, transmitió un histórico mensaje a todos los Gobiernos del mundo. Ese men¬saje se comunicó instantáneamente por satélite, televisión y medios impresos. Sin embargo, el mensaje fue totalmente malinterpretado… Uno puede argumentar que el libro de Rushdie era de mal gusto, que deliberadamente ofendía a muchos musulmanes, que ridiculizaba a toda una religión y que violaba el Corán. La verdad es que Jomeini dijo estas cosas. Pero no fue ése su auténtico mensaje. Jomeini estaba diciendo al mundo que la nación-Estado ya no es el único actor, ni siquiera el más importante, en el escenario mundial….
Lo que Jomeini estaba diciendo realmente era que los Estados «soberanos» no son soberanos en absoluto, sino sujetos a una superior soberanía chiíta que sólo él definiría –que una religión o iglesia tienen derechos que sobrepasan a los de las meras naciones-Estado.
En realidad, estaba desafiando a toda la estructura de las «modernas» leyes y costumbres internacionales, que hasta entonces se habían basado en el supuesto de que las naciones son las unidades básicas –los actores clave– en el escenario mundial. El juego mundial que se está organizando en pos del Poder y que cobrará especial relevancia en décadas inmediatas no puede comprenderse sin tener en cuenta el creciente poder del Islam… Hoy, trascurridos treinta años desde el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, sólo se puede entender lo que está sucediendo en el mundo, si se analiza a la luz del triunfo de la misma y de sus consecuencias.
Como dijo muy lúcidamente, el consejero sionista eterno, Henry Kisinguer, nada más producirse el triunfo de la Revolución Islamica Iraní: Si no paramos ahora esta revolución, la veremos extenderse desde Bangla Desh hasta Marraquesh. Así ha sido. La reconciliación de los bloques antagónicos capitalista-socialista, “Contradicción fundamental del sistema” conforme al análisis marxista de ambos bandos, supuso el primer paso hacia la unificación de fuerzas del bloque materialista, para enfrentar el peligro de una revolución que proclama abiertamente la superioridad de un Dios de justicia y hermandad entre los seres humanos.
Como ellos mismos reconocen, desde el triunfo de esta revolución pasan despiertos día y noche estudiando la manera de acabar con ella.
La guerra infinita contra el terrorismo, desatada a partir del auto-atentado de las torres gemelas de Nueva York, quiso ser el impulso final con el que enredar al mundo en una nueva cruzada anti islámica, pero, afortunadamente, la movilización mundial del 15 de febrero del 2003 no lo permitió.
Eso no quiere decir que el imperialismo sionista haya abandonado sus intentos. La lucha contra el terrorismo es el tenue velo con el que apenas disimulan su voluntad de destruir el Islam. No el Islam americanizado, como le calificó el Imam Jomeini. Ese Islam que se limita a ser extremista en los aspectos más rituales de la fe y en lo político se somete al dictado del imperial sionismo, ni tampoco ese Islam terrorista que ellos mismos han fabricado y que les proporciona las coartadas necesarias, sino el Islam revolucionario y militante que denuncia a diario sus atrocidades e injusticias desde las tribunas del país y los foros internacionales y que apoya material y moralmente a los movimientos de liberación antiimperialistas, desde Sudáfrica en su día hasta los nacientes procesos revolucionarios de independencia en América Latina y que se ha convertido en una referencia obligada de los pueblos en su lucha de liberación y en un soporte inquebrantable de los movimientos de resistencia islámica contra el Imperial-Sionismo. Cada día que el sistema revolucionario islámico se mantiene vivo en Irán, denunciando los crímenes contra el pueblo palestino, el racismo del Ente Sionista, o la invasión Occidental de Iraq y Afganistán, por encima de las diferentes tendencias que en cada momento pueda ejercer el gobierno ejecutivo en el Estado iraní, supone un desafió para los poderes imperialistas y un ejemplo a seguir para los pueblos que luchan por su liberación y por la creación de un mundo mejor. El triunfo de la Revolución liderada y guiada por Imam Jomeini, la paz de Dios sea con él, aporta a las tradicionales revoluciones anti imperialistas la dimensión de las que estas han carecido, la dimensión espiritual y acaba con el viejo paradigma: revolucionario=ateo y religioso=reaccionario. Quienes todavía no han entendido que esta revolución viene con todo un modelo alternativo completo, capaz de sustituir con éxito al viejo sistema, pues basa su política en las enseñanzas proféticas de “Amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a sí mismo,” no han entendido nada.
Cuando André Malraux dijo: “El siglo XXI será religioso o no será” estaba apuntando eso mismo. El siglo XXI habrá de devolver a los seres humanos su dimensión espiritual o la humanidad se destruirá. Los poderes imperialistas se aprestan a destruir un mundo que ya no pueden controlar. Es labor de los revolucionarios verdaderos, aquellos que aun sufren con el sufrimiento de sus semejantes, que viven como una ofensa propia la ofensa que se le inflige al débil y están dispuestos a luchar por ellos, a movilizarse por la única libertad verdadera, aquella que se construye a partir de la justicia social, analizar acertadamente la nueva relación de fuerzas que el triunfo de la Revolución Islámica en Irán ha creado y discernir con sabiduría cual es el lado de sus enemigos y cual el de sus amigos.
La Revolución Islámica que Irán representa no es dogmática, no pretende imponer su ideología a sus enemigos, mucho menos a sus aliados, más bien aporta a las tradicionales luchas de los oprimidos la dimensión transcendente de la que los usureros habían privado a la humanidad. Es el amor a la creación divina el que obliga al creyente verdadero a salir en defensa de Sus criaturas oprimidas y de la Verdad. Es la confianza absoluta en que Dios es más grande la que nos arma para poder enfrentarnos resueltamente contra el monstruo satánico que esclaviza a la humanidad. Esa fue la enseñanza fundamental de nuestro amado Imam Jomeini.
Trabajar por la unidad de todas las fuerzas que luchan contra ese monstruo inhumano y construir ese nuevo mundo basado en valores divinos, es decir en valores humanos, es el mejor homenaje que podemos hacer a su memoria en este veinte aniversario de su fallecimiento.
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