A las doce del mediodía el sol está que arde y hace brillar aún más la cúpula dorada de la nueva y lujosa Mezquita que la pequeña comunidad islámica ha construido en una zona residencial de Managua.
Más de un centenar de hombres y media docena de mujeres se han reunido aquí este viernes para celebrar juntos uno de los cinco momentos de oración del día. Éste no es un día cualquiera, el viernes para los musulmanes es tan solemne como el domingo para los católicos.
Mujeres y hombres van bajando uno a uno de sus vehículos, algunos lujosos, otros no tanto. Cada cual entra al centro sagrado por la puerta que le corresponde. Hombres por la derecha, mujeres por la izquierda.
Esta separación tan sencilla podría servir como símbolo de las muchas otras cosas que en esta religión separan al hombre de la mujer, y el rol que les toca jugar en la familia. Además, la separación tiene un objetivo primordial —visto desde los hombre—, sirve para evitar los malos pensamientos.
Fahmi Hassan, presidente de la Asociación Cultural Nicaragüense Islámica, explica que en su religión las mujeres son comparadas con la riqueza, pero en este caso desde un ángulo negativo. “Las mujeres y la riqueza son la fuente para que el diablo entre en el corazón del hombre”, dice.
Es por eso que en un momento tan sagrado como la oración deben orar en lugares separados dentro de la misma mezquita. Es normal ver a los centenares y a veces miles de hombres apiñados en hileras, inclinados hacia la meca, y detrás de ellos, otro número casi igual de mujeres. Pero aquí, en la Mezquita de Managua, las mujeres van arriba.
La puerta de la izquierda, que le corresponde únicamente a las mujeres, conduce a unas gradas que terminan en un pequeño vestíbulo donde, en un cajón de madera, aguardan varios “hiyab”, es decir, velos y faldas largas que las mujeres que ya van cubiertas con indumentarias largas, utilizan para cubrirse aún más a pesar de que en esta área de la Mezquita nadie más que ellas las puede ver. Pero eso no importa, es un mandato.
En un folleto facilitado por la comunidad islámica, titulado El asunto del hiyab, el tema queda claro con un texto extraído del Corán (33:59), que dice así: “Oh Profeta, diles a tus esposas e hijas y a las mujeres creyentes que se envuelvan la ropa exterior sobre ellas (cuando salgan afuera o estén entre hombres). Eso es mejor de acuerdo a que sean reconocidas (como musulmanas) y no molestadas”.
Fátima Villavicencio es una nicaragüense que se convirtió al islam desde hace casi tres décadas. Aquí en Nicaragua conoció a su esposo, Fahmi Hassan. Él era un palestino amigo de su madre. Se enamoraron, se casaron. Con la llegada de la revolución, en la década de 1980, el ambiente bélico que se vivía en el país no era propicio para continuar sus negocios de tela, entonces la nueva familia Hassan hizo sus maletas y se fue a vivir a Jordania donde permanecieron durante diez años.
Por aquel tiempo Villavicencio continuaba siendo católica, pero el respeto hacia la mujer que experimentó en Jordania le pareció “algo maravilloso” que luego la terminó de convencer para convertirse a la religión de su esposo.
Tal como reza en el Corán, el hombre debe proteger a la mujer. Y en esto caben sus esposas, madre, hijas y hermanas. Ellas tienen derecho a trabajar, si así lo prefieren, o si no el hombre tiene la obligación de mantenerlas y cuidarlas.
“Allá las personas son más conservadoras”, comenta Villavicencio. “Son muy buenas con todos los individuos. Allá la dignidad de la mujer es lo principal, el islam ha dignificado a la mujer”.
En los recuerdos de esta madre de tres hijos varones, las musulmanas usan el “hiyab” para inspirar respeto. “Allá ningún hombre le va decir algo a una mujer”, agrega.
En Nicaragua las mujeres se ven expuestas a lo que algunos insisten en llamar “naturaleza del hombre”, que se “expresa” cada vez que ven pasar a una mujer. Aquí es común que un hombre le silbe, grite piropos y en la mayoría de los casos obscenidades a una mujer. Este comportamiento generalizado entre los nicaragüenses muchas veces deja indefensa a la mujer que lejos de poder responder, se debe quedar callada para no agravar el momento bochornoso.
En cambio, los musulmanes deben bajar la vista cuando están ante una mujer que no es su esposa. Pero sobre todo, tratarla con mucho respeto. Las musulmanas se caracterizan por cubrir sus cuerpos con largos vestidos. Según sus reglas religiosas, no deben enseñar más allá que sus manos y cara. Algunas hasta prefieren cubrir completamente sus rostros con el burka, pero es nada más una opción.
En Nicaragua, las musulmanas tratan de llevar ese mandato dictado por el profeta Muhammad. Con telas de seda se cubren el cabello hasta parte de la frente, y con vestidos largos y flojos cubren sus cuerpos hasta ras del suelo.
Pero para las nicaragüenses convertidas, las reglas son un tanto flexibles. De los 300 musulmanes que existen en el país, al menos cien son de origen nicaragüense y de esa cifra, un número menor corresponde a mujeres.
Una de ellas es Patricia, una joven matagalpina de 20 años. Proviene de un hogar evangélico, pero antes de ser musulmana era adventista. El islam siempre le llamó la atención y comenzó a investigar por internet. Cuando supo que en Managua había una mezquita, comenzó a visitarla.
Ella, delgada, morena y de abundante cabello largo y liso, llega a la Mezquita cada vez que puede inventar un pretexto que la haga venir hasta Managua. Pero no usa el hiyab.
Teme que sus padres no lo acepten y por eso ha pedido que ocultemos su verdadero nombre. Tras su conversión el único cambio visible que ha hecho es el comenzar a vestir camisas mangas largas, algo que fue bien visto por su madre. Sin embargo, aún viste pantalones, una pieza que para los musulmanes más estrictos pertenece nada más a la indumentaria de los hombres.
“La mujer no debe lucir su belleza menos lo que aparece por causa de factores inevitables como cuando el viento mueve su ropa, y debe cubrir su cabello, cuello y pecho... cuando una muchacha llega a la edad de la menstruación no es correcto que todo quede mostrado... la ropa debe estar lo suficiente amplia para esconder la forma del cuerpo... la ropa tiene que ser lo suficiente gruesa como para no enseñar el color de la piel que cubre o la forma del cuerpo”, señala un folleto.
Pero aún con todas esas restricciones, en el mismo documento aparece una advertencia del profeta Muhmmad, que vaticina que en futuras generaciones habrá quienes desoigan sus mandatos.
A pesar de lo fuerte de esos mandatos, la comunidad islámica en Nicaragua asegura que en su religión no hay nada de lo que la gente piensa.
Se dice que los musulmanes someten a las mujeres al maltrato. Que las mujeres son vistas como un objeto. No hay nada de eso, dicen.
Eso sí, las musulmanas son demasiado tímidas para estar en una sociedad caracterizada por el contacto físico.
Las musulmanas convertidas no pueden estar en lugar a solas con un hombre que no sea su esposo. Los hombres tampoco pueden hacerlo. José David Soto, un nicaragüense también convertido, me ha servido de edecán para hacerme llegar al lugar donde las mujeres deben estar.
Mientras subíamos por las gradas alfombradas, me confesó viendo hacia el suelo que “no es común que un hombre entre por esta puerta (izquierda), tampoco es debido que un hombre esté a solas con una mujer a menos que sea mi esposa”.
—¿Pero vos sos nica? —le pregunté al ver su aspecto.
—Pues sí, pero me convertí.
—Contame, cómo es la religión.
—Mirá, dicen que los musulmanes matamos a pedradas a las mujeres, pero no es cierto.
Y después de un rato de cinco minutos, insistió en que se debía ir porque no era correcto. Ahí esperé a que llegaran las mujeres. Una de ellas sería la esposa del presidente de la comunidad, Fátima.
Y comenzaron a llegar. Una señora entrada en años, cubierta de pies a cabeza y con altas plataformas fue la primera en llegar. Seria, muy seria, me vio con un gesto de desaprobación al ver mis rizos al aire y mis brazos descubiertos.
Ante esa mirada tan fuerte, pregunté con miedo si era quien esperaba. Sin verme a los ojos me contestó que no. Se quitó los zapatos, cogió un jiyab para ponérselo sobre el velo que ya llevaba puesto y se fue.
Adentro, el salón también alfombrado es una especie de balcón con aire acondicionado donde sólo las mujeres pueden estar y de vez en cuando, si la curiosidad las vence, asomarse para ver a los hombres que están allá abajo.“No es correcto que hombres y mujeres oremos juntos porque como para nuestra oración debemos hacer muchas genuflexiones, eso puede dar lugar a los malos pensamientos”, explica Fátima Villavicencio.
Las nicaragüenses fueron las únicas que permitieron una charla abierta con Domingo. Las demás musulmanas que acudieron a la mezquita ese día, y que eran extranjeras, fueron más reacias e incluso no permitieron que se les fotografiara. Según dijeron, el que sean fotografiadas mientras oran también es “haram”.
Huyen de las guerras
Los primeros musulmanes que llegaron a Nicaragua lo hicieron hace más de cien años, desde antes de la primera Guerra Mundial.
En los tiempos de la revolución, en 1980, muchos musulmanes radicados decidieron dejar el país debido al ambiente de guerra que se vivía. Sus negocios estaban decayendo y se fueron a buscar mejor futuro. Algunos regresaron a sus tierras y otros continuaron con la migración a otros países.
Según el presidente de la comunidad islámica en el país, Fahmi Hassan, de los pocos que se quedaron, algunos no lograron mantener la religión al encontrarse en una sociedad como la nuestra. Sin embargo, Hassan nota un “despertar religioso” durante los últimos 15 años, con la creación del Centro Cultural Islámico y ahora con la construcción de la Mezquita, en Managua.
Este edificio que resalta por sus cúpulas entre el caserío de un reparto capitalino, costó unos 600 mil dólares y fue logrado gracias a los 350 mil dólares que aportó un empresario musulmán radicado en Honduras, según información publicada en The Wall Street Journal.
El resto del dinero fue recaudado entre los musulmanes en Nicaragua, quienes en su mayoría se dedican al comercio de telas en unos de los principales mercados, el popular Mercado Oriental.
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