Los múltiples conflictos que agitan el Medio Oriente se cristalizan actualmente alrededor del Tribunal Especial para el Líbano. La paz y la guerra dependen de ese tribunal. Unos piensan que debe permitir el desmantelamiento del Hezbollah, someter a la Resistencia e instaurar la Pax Americana. Otros estiman que está pisoteando el derecho para garantizar el triunfo de un nuevo orden colonial en la región.
El Tribunal Especial para el Líbano fue creado, el 30 de mayo de 2007, en virtud de la Resolución 1757 del Consejo de Seguridad de la ONU para juzgar a los que supuestamente ordenaron el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri. En el contexto de aquella época eso significaba nada más y nada menos que juzgar a los presidentes en ejercicio de Siria y del Líbano, respectivamente Bachar el-Assad y Emile Lahoud, odiados por los neoconservadores. Pero resultó que aquella pista no reposaba en elementos concretos y que había sido fabricada mediante testigos falsos. Al no tener a quién juzgar, el Tribunal Especial para el Líbano hubiese podido desaparecer en el limbo de la burocracia cuando un incidente digno de una obra de teatro lo convirtió nuevamente en centro de los conflictos políticos regionales. El 23 de mayo de 2009, el periodista atlantista Erich Follath reveló en el sitio web Spiegel Online que el fiscal que se estaba preparando para inculpar a un nuevo grupo de sospechosos: varios dirigentes del ala militar del Hezbollah. Hace 18 meses que el secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah, viene proclamando la inocencia de ese movimiento. Nasrallah afirma que el objetivo de la acusación no es otro que decapitar la Resistencia para dejar la región en manos del ejército israelí. Por su parte, la administración estadounidense adopta de pronto poses de defensora del derecho y afirma que nadie puede sustraerse a la Justicia internacional.
En todo caso, la acusación formal –que todos creen ya inminente– contra los líderes chiítas por el asesinato de un líder sunnita es capaz de provocar la fitna, o sea la guerra civil musulmana, lo cual sumiría nuevamente la región en una sangrienta confusión.
De visita oficial en Moscú, el 15 y el 16 de noviembre, Saad Hariri –actual primer ministro del Líbano e hijo del difunto Rafik Hariri– repitió que la politización del Tribunal Especial para el Líbano puede provocar un nuevo conflicto en su país. El presidente ruso Medvedev le respondió que Rusia desea que se imponga la justicia y que condena todo esfuerzo tendiente a desacreditar, debilitar o retrasar el trabajo del tribunal. Esta posición de principio se basa en la confianza que el Kremlin deposita a priori en el Tribunal Especial para el Líbano, confianza que seguramente se resquebrajará ante las revelaciones publicadas en Odnako.
Quisimos, en efecto, pasar en revista los detalles del asesinato de Rafik Hariri. Y los elementos que hemos descubierto señalan una nueva pista, ante la cual cabe preguntarse por qué nunca se ha explorado en ese sentido. Durante nuestra larga investigación nos reunimos con numerosos protagonistas, sin duda demasiados, al extremo que se ha sabido que estábamos investigando, lo cual ha sembrado inquietud entre quienes favorecen la pista que supuestamente conduce a la Resistencia libanesa. En un esfuerzo tendiente a intimidarnos, el Jerusalem Post lanzó el 18 de octubre un ataque preventivo, bajo la forma de un largo artículo dedicado a nuestro trabajo. De manera puramente difamatoria, dicho artículo acusa al autor de este trabajo de haber recibido de Irán un millón de dólares como pago por exonerar al Hezbollah.
Pasemos ahora a los hechos. La caravana de Rafik Hariri fue atacada en Beirut el 14 de febrero de 2005. El atentado dejó un saldo de 23 muertos y un centenar de heridos. Un informe preliminar del Consejo de Seguridad de la ONU subraya las reacciones poco profesionales de los policías y magistrados libaneses. Para remediar lo anterior, el Consejo de Segura comisiona entonces a sus propios investigadores, a los que proporciona importantes recursos que el Líbano no posee. Desde el principio de dichas investigaciones se da por sentado que el atentado era obra de un kamikaze que conducía una camioneta abarrotada de explosivos.
Ya que la comisión de la ONU había sido creada para aportar el profesionalismo del que carecían los libaneses, era de esperar que dicha comisión siguiera escrupulosamente los procedimientos clásicos de la criminalística. Pero no fue así. El análisis de la escena del crimen, sobre la base de su topografía –que se mantiene intacta– y de las fotos y videos de aquel día, no se hizo detalladamente. Las víctimas no fueron exhumadas ni se realizaron autopsias. Durante mucho tiempo nada se hizo para confirmar el modus operandi. Después de descartar la hipótesis de una bomba previamente enterrada en el lugar de los hechos, los investigadores dieron como cierta la versión de la camioneta, sin verificarla.
Se trata, sin embargo, de una versión inadmisible. Cualquier observador puede notar, en el lugar del crimen, la existencia de un profundo y amplio cráter que no puede ser resultado de una explosión superficial. Ante la insistencia de los expertos suizos, que se niegan a validar la versión oficial, el Tribunal Especial para el Líbano procedió a reconstruir los hechos, a puertas cerradas, el pasado 19 de octubre. La reconstrucción no se hizo en el Líbano, ni siquiera en Holanda, donde tiene su sede el Tribunal Especial para el Líbano, sino en Francia, uno de los Estados que más aporta al financiamiento del Tribunal. Allí se construyeron edificaciones similares a las de la escena del crimen e incluso se llevó tierra de Beirut. Se conformó una caravana similar [a la que acompañaba a Rafik Hariri], incluyendo un automóvil blindado. Se trataba de demostrar que la altura de los inmuebles de concreto había creado un efecto de confinamiento en el momento de la explosión, de manera tal que la onda expansiva había podido provocar el cráter. Los resultados de ese costoso experimento no se han dado ha conocer.
Lo primero que se nota en las fotos y videos tomados inmediatamente después del atentado es el incendio. Autos en llamas y todo tipo de objetos incendiados se ven por todas partes. Se puede ver que los cuerpos de las víctimas están carbonizados por un lado e intactos por el otro. Esto es muy sorprendente y no tiene nada que ver con los efectos de los explosivos clásicos. La teoría sobre la existencia en la camioneta de una mezcla de RDX, PETN y TNT no explica ese tipo de daños.
Si se analizan con detenimiento las fotos del cadáver de Rafik Hariri, se notan detalles extraños: su lujoso reloj de pulsera de oro macizo se ha fundido sobre la muñeca del cadáver, pero el delicado tejido del cuello de su fina camisa permanece intacto alrededor del cuello del cadáver.
¿Qué fue lo que pasó?
La explosión produjo una oleada de calor excepcionalmente intenso y de una duración excepcionalmente breve. Como resultado, la parte del cuerpo directamente expuesta a esa oleada de calor quedó instantáneamente carbonizada mientras que el otro lado del cuerpo no se quemó.
Los objetos de gran densidad –como el reloj de oro– absorbieron ese calor y fueron destruidos. Por el contrario, los objetos poco densos –como el fino tejido del cuello de la camisa– no tuvieron tiempo de absorber el calor y, por lo tanto, no se dañaron.
En los videos se puede ver también que miembros de algunos cadáveres fueron seccionados por la explosión. Extrañamente, los cortes son limpios, como si se tratara de estatuas calcáreas. No se ven huesos rotos ni huesos sobresaliendo de los cuerpos, ni carnes arrancadas. Esto se debe a que la explosión absorbió el oxígeno y deshidrató los cuerpos, haciéndolos friables. Durante las siguientes horas, varios testigos presentes cerca del atentado presentaron, en efecto, problemas respiratorios. Erróneamente, las autoridades interpretaron ese trastorno como un efecto somático del trauma sicológico sufrido.
Estas observaciones son la parte más elemental de cualquier investigación criminalística. Aunque los investigadores tenían que haber empezado por ahí, esos datos no figuran en los informes de los «profesionales» investigadores del Consejo de Seguridad de la ONU.
Cuando preguntamos a varios especialistas militares qué explosivos podían provocar ese tipo de daños, mencionaron un nuevo tipo de arma que ha sido objeto de investigaciones desde hace algunas décadas y de informes publicados en revistas científicas. La combinación de conocimientos nucleares y nanotecnológicos ha permitido crear un tipo de explosión cuya intensidad se puede controlar con precisión. Se programa el arma para que destruya todo lo que se encuentre dentro de un perímetro determinado, calculado con una precisión de centímetros.
Según esos mismos especialistas militares, esa arma provoca también daños de otro tipo: ejerce una fuerte presión sobre la zona de la explosión. Cuando termina esa presión, los objetos más pesados resultan proyectados hacia arriba. Así fue que varios autos se elevaron por los aires.
Existe un detalle que no deja espacio a la equivocación: esa arma utiliza una nanocantidad de uranio enriquecido cuyas radiaciones pueden ser detectadas. Uno de los pasajeros que viajaban en el auto blindado de Rafik Hariri sobrevivió a la explosión. El ex ministro Bassel Fleyhan fue trasladado a un prestigioso hospital militar francés, donde los médicos comprobaron con asombro que el herido había estado en contacto con uranio enriquecido. Nadie relacionó aquello con el atentado.
El arma descrita toma técnicamente la forma de un pequeño misil de varias decenas de centímetros de largo y debe dispararse desde un avión sin piloto. Varios testigos aseguraron, en efecto, haber oído una aeronave sobrevolar el lugar del crimen. Es por ello que los investigadores solicitaron a Estados Unidos y a Israel, que disponen de satélites de observación posicionados permanentemente sobre la región, la entrega de las vistas que tienen en su poder. Estados Unidos incluso había desplegado aquel día varios aviones AWACS sobre el Líbano. Aquellos registros debían permitir que se verificara la presencia de un avión sin piloto y quizás permitirían incluso seguir su trayectoria. Pero Washington y Tel Aviv, que constantemente exigen que todo el mundo coopere con el Tribunal Especial para el Líbano, se negaron a aportar las imágenes.
El pasado 10 de agosto, durante una conferencia de prensa, Hassan Nasrallah proyectó videos captados, según él, por aviones israelíes sin piloto e interceptados por su organización. Afirmó que esos aparatos habían observado durante meses los movimientos de Rafik Hariri, antes de concentrar su vigilancia en la curva donde finalmente tuvo lugar el atentado. O sea, al parecer Tel Aviv realizó misiones de observación y reconocimiento antes del asesinato. Lo cual, como subraya el propio Nasrallah, no quiere decir que lo haya perpetrado.
¿Quién disparó el misil?
Aquí es donde las cosas se complican. Según los expertos militares, en 2005 sólo Alemania había logrado controlar esa nueva tecnología. Por lo tanto, tendría que haber sido Berlín quien proporcionó y programó el arma del crimen.
Lo anterior permite entender mejor por qué el ex fiscal alemán Detlev Mehlis –magistrado muy controvertido entre sus colegas– puso tanto empeño en presidir la Comisión Investigadora de la ONU. Es de sobra conocido que Mehlis está vinculado a los servicios secretos alemanes y estadounidenses. En 1986, cuando estuvo a cargo de la investigación del atentado cometido en Berlín contra la discoteca La Belle, Mehlis no tuvo reparos en esconder la implicación de Israel y Estados Unidos y en levantar falsas acusaciones contra Libia, justificando así el bombardeo de la fuerza aérea de Estados Unidos contra la residencia de Muamar el-Khadafi. A principios de los años 2000, el señor Mehlis fue generosamente remunerado como investigador, tanto por el Washington Institute for Near East Policy (el tanque pensante del grupo de presión proisraelí AIPAC) como por la Rand Corporation (el tanque pensante del complejo militaro-industrial estadounidense). Todos estos antecedentes hacen dudar de la imparcialidad de Mehlis en el caso Hariri y deberían haber bastado para que no se le confiara esa investigación.
Mehlis tenía como asistente al comisario Gehrard Lehmann, otro conocido agente de los servicios secretos de Alemania y Estados Unidos. Un testigo reconoció oficialmente a Lehmann como participante en el programa de secuestros, encarcelamientos y torturas aplicado en Europa por la administración Bush. El nombre de Lehmann aparece en el informe ad hoc del Consejo de Europa. Sin embargo, Lehmann logró escapar a toda acción judicial gracias a la coartada, tan sólida como poco creíble, que le proporcionaron sus colegas de la policía alemana.
Mehlis y Lehmann promovieron la teoría del kamikaze y de la camioneta abarrotada de explosivos para evitar toda investigación sobre el arma alemana utilizada para cometer el crimen.
Se recogieron muestras de tierra de la escena del crimen. Después de mezclarlas, esas muestras se dividieron en tres recipientes que fueron enviados a tres laboratorios diferentes. Los dos primeros análisis no mostraron restos de explosivos. Mehlis y Lehmann recuperaron el tercer recipiente, que llegó, a través de ellos, al tercer laboratorio. Este último encontró los restos de explosivos que buscaban. En principio, cuando se recurre a tres expertos es porque, en caso de desacuerdo entre ellos, se adoptará la opinión mayoritaria. ¡Nada de eso! Mehlis y Lehmann violaron los protocolos. Estimaron que el único recipiente confiable era el de ellos y llevaron al Consejo de Seguridad de la ONU hacia una pista falsa.
El carácter profundamente deshonesto de las investigaciones del dúo Mehlis-Lehmann ni siquiera exige demostración. Sus sucesores lo han reconocido, a medias, y han anulado partes completas de la investigación que hicieron.
La más célebre de las manipulaciones que realizaron Mehlis y Lehmann es la de los falsos testigos. Cinco individuos pretendieron haber sido testigos de la preparación del atentado y acusaron a los presidentes Bachar el-Assad y Emile Lahoud. Cuando aquellas acusaciones empezaron a calentar la olla de la guerra, los abogados demostraron que estaban mintiendo y las acusaciones se desinflaron.
Basándose en los falsos testimonios, Detlev Mehlis arrestó, en nombre de la comunid