McCoy demuestra claramente que: el Estado afgano de Hamid Karzai es un narcoEstado corrupto, que obliga a los afganos a pagar sobornos ascendientes a 2 500 millones de dólares al año, cifra equivalente a la cuarta parte de la economía del país. la economía afgana es una narcoeconomía: en 2007, Afganistán produjo 8 200 toneladas de opio, cifra que representa el 53% del PIB nacional y el 93% del tráfico de heroína a nivel mundial. Para enfrentar el problema, las opciones militares son en el mejor de los casos ineficaces, y en el peor, contraproducentes. McCoy estima que la mayor esperanza reside en la reconstrucción de la agricultura afgana para convertir el cultivo de víveres en una alternativa viable capaz de competir con el cultivo de la adormidera o amapola del opio, un proceso que puede demorar 10 o 15 años, o incluso más tiempo. (Presentaré más adelante mi propia argumentación a favor de una solución intermedia: que la International Narcotics Board conceda a Afganistán una licencia para que ese país pueda vender su opio de forma legal.)El principal argumento de McCoy es que, cuando alcanzó su máximo nivel de producción, la cocaína colombiana representaba sólo alrededor del 3% de la economía nacional y, sin embargo, las FARC y los escuadrones de la muerte de derecha, ambos ampliamente financiados por la droga, siguen desarrollándose en ese país. La simple erradicación de la droga, sin disponer de antemano de un cultivo que la sustituya en la economía afgana, exigiría la imposición de insoportables presiones a una sociedad rural ya devastada cuyo único ingreso importante proviene del opio. Para convencerse de ello basta con recordar la caída de los talibanes en 2001, consecuencia de una reducción draconiana –implementada por los propios talibanes– de la producción de droga en Afganistán, que pasó de 4 600 toneladas a sólo 185 toneladas, lo cual convirtió el país en un cascarón vacío.A primera vista, los argumentos de McCoy parecen irrefutables y, en una sociedad racional, deberían dar lugar a un prudente debate al que seguiría un importante cambio de la política militar de Estados Unidos. McCoy presentó su estudio con tacto y diplomacia realmente considerables, para facilitar ese tipo de resultado.La responsabilidad histórica de la CIA en el tráfico mundial de drogaDesgraciadamente, numerosos factores hacen poco probable la adopción inmediata de una solución positiva de ese tipo. Hay muchas razones que así lo determinan, entre ellas desagradables realidades que McCoy olvidó o minimizó en su ensayo –sin embargo brillante en otro sentido– y que es necesario abordar si realmente se trata de adoptar estrategias sensatas en Afganistán.La primera realidad es que la creciente implicación de la CIA y su responsabilidad en el tráfico mundial de droga es un tema tabú en los círculos políticos, campañas electorales y medios masivos de difusión. Y quienes han tratado de romper ese silencio, como el periodista Gary Webb, han visto sus carreras destruidas.Después de ver como Alfred McCoy se ha implicado más que nadie en hacer que el público tome conciencia de la responsabilidad de la CIA en el tráfico de droga dentro de las zonas donde se desarrollan las guerras estadounidenses, no me agrada tener que afirmar que el propio McCoy minimiza ese fenómeno en su artículo. Cierto es que escribe que «el opio surgió como fuerza estratégica en el medio político afgano durante la guerra secreta de la CIA contra los soviéticos» y que agrega que esa guerra «fue el catalizador que transformó la frontera pakistano-afgana en la más importante región productora del mundo».Sin embargo, en una extraña frase, McCoy sugiere que la CIA se vio arrastrada de forma pasiva a establecer alianzas vinculadas a la droga durante los combates contra las fuerzas soviéticas en Afganistán, desde 1979 hasta 1988, cuando en realidad fue precisamente la CIA la que creó esas alianzas para combatir a los soviéticos: En uno de esos accidentes históricos con tintes de ironía, la frontera sur de la China comunista y de la Unión Soviética coincidieron con la zona asiática productora de opio, a lo largo de una cadena montañosa, sintiéndose así la CIA atraída hacia el establecimiento de alianzas llenas de ambigüedad con los jefes tribales de los altiplanos de esa región. Nunca tal «accidente» en Afganistán, donde los primeros señores de la droga de importancia internacional –Gulbudin Hekmatyar y Abu Rasul Sayyaaf– en realidad se vieron proyectados hacia la escena internacional gracias al masivo e imprudente apoyo de la CIA, en colaboración con los gobiernos de Pakistán y de Arabia Saudita. Mientras otras fuerzas locales de resistencia eran consideradas como fuerzas de segunda clase, estos dos clientes de Pakistán y de Arabia Saudita, precisamente por no disponer de apoyo a nivel local, fueron pioneros en el uso del opio y la heroína como medio de conformar sus fuerzas de combate y de crear un recurso financiero [2]. Los dos se convirtieron, además, en agentes del extremismo salafista atacando el Islam sufista endógeno en Afganistán. Los dos acabaron convirtiéndose en agentes de al-Qaeda [3]. Pero no era la primera vez que la CIA se implicaba en el tráfico de droga. La responsabilidad de la CIA en el papel dominante que hoy desempeña Afganistán en el tráfico mundial de heroína reproduce en cierta forma lo que sucedió anteriormente en Birmania, en Laos y en Tailandia, entre finales de los años 1940 y los años 1970. Esos países también se convirtieron en importantes actores del tráfico de droga gracias al apoyo de la CIA (y de los franceses, en el caso de Laos), sin el cual sólo hubieran llegado a ser actores locales.Tampoco es posible hablar en ese caso de un «irónico accidente». El propio McCoy ha demostrado cómo, en todos esos países, la CIA no sólo toleró sino que apoyó el crecimiento de los fondos de las fuerzas anticomunistas gracias al financiamiento proveniente de la droga, para contrarrestar el peligro que representaba una intrusión de la China comunista en el sudeste de Asia. Desde los años 1940 hasta finales de los años 1970, y al igual que en el actual Afganistán, el apoyo de la CIA contribuyó a transformar el Triángulo de Oro en un importante proveedor de opio a nivel mundial.Durante ese mismo periodo, la CIA reclutó colaboradores a todo lo largo de las rutas de contrabando del opio clásico, como hizo en Turquía, Líbano, Francia, Cuba, Honduras y México. Entre esos colaboradores se encontraban agentes gubernamentales, como Manuel Noriega en Panamá y Vladimiro Montesinos en Perú, a menudo personalidades experimentadas pertenecientes a los servicios de policía que contaban con apoyo de la CIA o a los servicios de inteligencia. Pero también había movimientos insurreccionales, desde los Contras de Nicaragua en los años 1980 (según Robert Baer y Seymour Hersh) hasta el Jundallah [4], afiliado a al-Qaeda, que actualmente opera en Irán y en Baluchistán [5].Es el gobierno de Karzai, no los talibanes, quien domina la economía de la droga afganaEl mejor ejemplo de esa influencia de la CIA sobre los traficantes de droga se encuentra hoy, indudablemente, en Afganistán, donde el propio hermano del presidente Karzai, Ahmed Wali Karzai (un activo colaborador de la CIA) [6], y Abdul Rashid Dostum (un viejo colaborador de la agencia) aparecen entre los acusados de tráfico de droga [7]. La corrupción vinculada a la droga en el seno del gobierno afgano debe atribuirse en parte a la decisión de Estados Unidos y de la CIA de desencadenar la invasión de 2001 con el apoyo de la Alianza del Norte, movimiento cuya vinculación con la droga era harto conocida en Washington [8]. De esa manera, Estados Unidos reprodujo concientemente en Afganistán la situación que ya había creado en Vietnam. También en Vietnam (al igual que Ahmed Wali Karzai medio siglo más tarde) el hermano del presidente, Ngo Dinh Nhu, utilizaba la droga para financiar una red privada que le permitió “arreglar” las elecciones a favor [del presidente] Ngo Dinh Diem [9]. Thomas H. Johnson, coordinador de estudios de investigación antropológica en la Naval Postgraduate School, demostró que el éxito de un programa de contrainsurgencia es improbable cuando ese programa apoya un gobierno local flagrantemente disfuncional y corrupto [10].Así que me opongo a McCoy cuando este último, al igual que los medios masivos de difusión de Estados Unidos, describe la economía de la droga afgana como dominada por los talibanes (Según los términos del propio McCoy: «Si los insurgentes toman el control de esta economía ilegal, como hicieron los taibanes, la tarea se hará entonces casi imposible.»). La parte correspondiente a los talibanes en el mercado del opio afgano se estima generalmente entre 90 y 400 millones de dólares. Pero la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDC) estima que el total de ingresos provenientes del comercio del opio y la heroína se sitúa entre los 2 800 millones y los 3 400 millones de dólares [11].Es evidente que no son los talibanes quienes se han apoderado de esa economía, mayoritariamente controlada por los partidarios del gobierno de Karzai. En 2006, un informe del Banco Mundial afirmaba que «al más alto nivel, 25 o 30 grandes traficantes, la mayoría con bases en el sur de Afganistán, controlan las transacciones y los envíos más importantes, trabajando estrechamente con apoyo de personas que ocupan posiciones políticas y gubernamentales al más alto nivel» [12].Los medios estadounidenses no se han interesado en esos hechos, ni tampoco en la influencia que tienen en las estrategias políticas de su propio país en Afganistán, en materia de guerra y de tráfico de droga. La administración Obama parece haberse distanciado de los poco juiciosos programas de erradicación de la época de Bush, que nunca lograron la adhesión del campesinado afgano. Ha preferido instaurar una política de prohibición selectiva del tráfico, atacando solamente a los traficantes que ayudan a la oposición [13].Queda por demostrar la eficacia de esa política en lo que a debilitar el talibán se refiere. Lo que sí está claro es que adoptar como blanco exclusivo a quien representa, en el mejor de los casos, una décima parte del tráfico total nunca permitirá acabar con la actual posición de Afganistán como principal narcoEstado. Y tampoco permitirá acabar con la actual epidemia mundial de consumo de heroína, que comenzó a fines de los años 1980 y que ya ha dado lugar a la aparición de 5 millones de toxicómanos en Pakistán, de más de 2 millones de adictos en Rusia, de 800 000 en Estados Unidos y de más de 15 millones a escala mundial, entre ellos un millón en el propio Afganistán.La política de prohibición selectiva del gobierno de Obama ayuda también a explicar su rechazo a tomar en cuenta la solución más humana y más razonable de la epidemia mundial de heroína afgana. Se trata de la iniciativa «poppy for medicine» (Opio para la medicina) del International Council on Security and Development (ICOS, anteriormente conocido como Senlis Council), que plantea la creación de un programa de otorgamiento de autorizaciones, lo cual permitiría a los agricultores vender su opio para garantizar la producción de medicamentos esenciales y altamente solicitados, como la morfina y la codeína [14].Esa proposición ha recibido el apoyo del Parlamento Europeo y del parlamento canadiense, pero fue objeto de severas críticas en Estados Unidos, principalmente porque pudiera engendrar un aumento de la producción de opio. Sin embargo, esa proposición sería, a mediano plazo, una respuesta a la epidemia de heroína que asola Europa y Rusia –situación que no se resolverá con la alternativa que presenta McCoy de sustituir el opio con otros cultivos durante los 10 o 15 próximos años, y menos aún con el programa de eliminación selectiva de proveedores de opio que aplica la administración Obama.Una consecuencia que casi nunca se menciona de la iniciativa «poppy for medicine» sería la reducción de los ingresos provenientes del tráfico ilícito que permiten mantener el gobierno de Karzai. Es por eso, o simplemente porque todo lo que se acerca a una legalización de las drogas es tema tabú en Washington, que la iniciativa «poppy for medicine» tiene pocas posibilidades de obtener el apoyo de la administración Obama.La heroína afgana y la «CIA Connection» a nivel mundialHay otro párrafo en el que McCoy, a mi entender erróneamente, concentra su atención en Afganistán como centro del problema más bien que en los propios Estados Unidos: En una conferencia sobre la droga, desarrollada en Kabul este mes, el jefe del servicio federal antinarcóticos de Rusia estimó el monto actual del cultivo de opio en Afganistán en 65 000 millones de dólares. Solamente 500 millones van a los cultivadores afganos, 300 millones a los talibanes y los 64 000 millones restantes van a la «mafia de la droga», garantizándole amplios fondos para corromper al gobierno de Karzai (subraya el autor) en un país cuyo PIB es de sólo 10 000 millones de dólares [15].Ese párrafo pasa por alto un hecho importantísimo: según la ONUDC, sólo entre un 5 y un 6% de esos 65 000 millones de dólares, o sea entre 2 800 y 3 400 millones, se quedan en Afganistán [16]. Cerca del 80% de las ganancias provenientes del tráfico de droga proviene de los países consumidores –en este caso, Rusia, Europa y Estados Unidos. Así que no se debe creer ni por un instante que el único país que se corrompe con el tráfico de droga afgana es el país de origen. Donde quiera que el tráfico ha logrado hacerse importante, incluyendo los países por donde transita, en realidad ha logrado sobrevivir gracias a la protección, en otras palabras, gracias a la corrupción.No existen pruebas de que el dinero de la droga que han ganado los traficantes aliados de la CIA haya alimentado las cuentas bancarias de la CIA o las de sus oficiales, pero la CIA ha sacado provecho indirectamente del tráfico de droga y ha desarrollado con el paso de los años una estrecha relación con ese ilegal comercio. La guerra secreta de la CIA en Laos fue un caso extremo. Durante ese conflicto, la CIA hizo la guerra utilizando como principales aliados al Ejército Real laosiano del general Ouane Rattikone y el Ejército Hmong del general Vang Pao, ambos financiados en gran parte por la droga. La masiva operación de la CIA en Afganistán correspondiente a los años 1980 fue otro ejemplo de guerra parcialmente financiada por la droga [17].Una protección para los traficantes de droga en Estados UnidosNo es por lo tanto sorprendente que,
Fuentes : ABNA
lunes
27 diciembre 2010
20:30:00
218841
El Opio, la CIA y la Administración Karzai
Afganistán-EE.UU. una Geopolítica Mundial del Comercio de las Drogas
Para Peter Dale Scott son inútiles los lamentos sobre el desarrollo del cultivo de droga en Afganistán y sobre la epidemia mundial de adicción a la heroína. Lo importante es sacar conclusiones de los hechos ya comprobados: los talibanes habían erradicado el cultivo de la amapola del opio y la OTAN favoreció su cultivo, el dinero de la droga corrompió el gobierno afgano de Karzai pero este dinero se encuentra principalmente en Estados Unidos, cuyas instituciones están corruptas. Así que la toma de decisión para solucionar este tráfico no está en Kabul sino en Washington.