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Fuentes : Pueblos | ABNA
jueves

8 marzo 2012

20:30:00
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Bahréin, la Revolución Olvidada

MANAMA, Bahrein. (ABNA) - Si la revolución que los bahreiníes están protagonizando contra el régimen que les gobierna se hubiese producido en otro momento histórico, pocos dudarían en señalar que su motivación primordial es la diferencia de credo entre la población y sus mandatarios. Sin embargo, el argumento es incompleto. Enmarcada en un profundo proceso de cambio político en los países árabes, las protestas de Bahréin en pos de derechos sociales tocan de lleno, una vez más, los intereses económicos de Estados Unidos en la región.

Agencia de Noticias de Ahlul Bait (ABNA) - Este reino de 33 islas, 1,2 millón de habitantes y menos de 700 kilómetros cuadrados, está enclavado en el estratégico Golfo Pérsico. Pese a que sus reservas de petróleo están decayendo de manera sostenida, y con ello la producción y su importancia económica. El establecimiento de dos baterías antimisiles estadounidenses, un radar costero, aviones de combate en la base Isa y 2.500 marines en Manama, la capital, dan una muestra de lo que allí se está dirimiendo a ojos de Estados Unidos.

La opacidad informativa que envuelve la revolución de Bahréin hace difícil calcular el número de víctimas, heridos o detenidos que se ha cobrado la represión gubernamental a estas alturas. La mayoría de los datos están viciados por cuestiones políticas. Sin embargo, algunas cifras apuntan a que miles de opositores al régimen habrían sido juzgados de manera arbitraria y encarcelados. A su vez, más de 70 personas habrían sido asesinadas por las fuerzas represivas, mientras que los heridos serían incontables.

Las protestas dieron comienzo el pasado 14 de febrero de 2011, con el llamado “Día de la Furia”. A imitación de lo sucedido en Tahrir, la plaza central de Manama fue ocupada por miles de personas de manera pacífica para exponer sus reclamaciones. Sin embargo, pese a que la policía acudió a disolver la concentración utilizando fuego real, muchos ciudadanos lograron quedarse. Tres días después, mientras dormían, los manifestantes fueron atacados con bastones, gas lacrimógeno y pistolas, lo que dejó como resultado cinco fallecidos y más de 2.000 heridos. La crueldad de la policía llegó a tal punto que, además de protagonizar atropellos documentados con los coches policiales a los manifestantes, se impidió a los heridos acudir al hospital para ser tratados.

Pero, ¿qué reclaman dichos opositores para ser tratados de una manera tan brutal? Siguiendo los ejemplos de Túnez o Egipto, la población de Bahréin, de manera espontánea, mantiene las mismas exigencias desde el inicio de las revueltas. En las manifestaciones se escuchan demandas vinculadas al trabajo, a un mayor encono en la lucha contra la pobreza, a mejoras sociales y a la implementación de un sistema democrático apuntada principalmente para poner fin a la discriminación contra la empobrecida población shiíta del país. Y como en los dos países arriba mencionados, lo hacen desde una perspectiva laica y pacífica. “Ni shiíes ni suníes, sólo bahreiníes”, es el principal canto de los manifestantes.

El origen de las revueltas

Y es que de los 530.000 habitantes nacionales con los que cuenta Bahréin, el 70 por ciento son shiíes y el 30 por ciento restante suníes, rama del Islam que también profesa la dinastía reinante. Mientras tanto, el grueso de la población del reino, hasta alcanzar los 1,2 millones de habitantes, lo integran trabajadores invitados provenientes de otros países.  A su vez, más de dos tercios de los 1.000 agentes del aparato de seguridad nacional son de origen jordano, egipcio o paquistaní, y el resto, sobre todo, suníes. La discriminación contra la mayoría shií, pese a que no es el motor de la protesta, si parece estar en el origen de la misma.

Frente a los manifestantes, que profesan una especie de panarabismo contrario a las luchas de religión (según lo que entonan en sus cánticos), se encuentra el régimen de la familia Al Jalifa, de origen qatarí y en el poder desde 1783. El motivo de que tanto suníes como shiíes se hayan unido en una misma causa es sencillo. Con el primer ministro Jalifa bin Salman al Jalifa, sobrino del rey, en el poder desde hace 40 años, el régimen practica de igual manera la marginalización y el sectarismo contra los shiíes, como la represión indiscriminada sobre el global de la población.

Bahréin es, por tanto, una autocracia más dentro de las diferentes variedades que integran los países árabes. Por su escaso tamaño y su consecuente debilidad militar, el régimen bahreiní ha realizado un denodado esfuerzo por hallar aliados que defiendan el estatus adquirido. Y es en este apartado donde Estados Unidos, así como los estado limítrofes (Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) de credo suní, juegan un papel preponderante. Del otro lado, Irán, el principal estado shií de la zona, representa el mayor escollo para los intereses de los Al Jalifa. El país se encuentra a tan solo 25 millas de los principales campos petrolíferos saudíes de Ghawar, Abqaiq, Abu Safah, Qatif y Berri, así como de las terminales exportadoras de petróleo Ras Tanura (una de las más importantes del mundo) y Al Juaymah. Asu vez, Irán viene reclamando la reincorporación a su territorio de varias islas bahreiníes que habrían pertenecido al imperio persa.

En este contexto, muchos han querido ver en Bahréin un terreno propicio para que Irán y Arabia Saudí sigan enfrentando su poder en la zona. El pasado 14 de marzo, la profesora de la universidad londinense King’s College, Madawi Al-Rasheed, exponía en el diario estadounidense The New York Times que “recientemente, la esfera de influencia saudita se redujo en Líbano, Siria, Egipto y los Territorios Palestinos y desapareció en Irak. Irán no solo tuvo éxito en desmantelar la hegemonía regional saudita, sino que además penetró en las sociedades civiles árabes y musulmanas” [1]. Son conocidas, a su vez, los llamamientos del régimen saudita hacia Estados Unidos para que actúe contra su vecino persa.

No es de extrañar, por lo tanto, que ante una eventual victoria de la revuelta popular en Bahréin, la población shií protagonice, si alcanza el poder, un acercamiento político con los iraníes. Tal vez para evitar que algo así suceda, un mes después de iniciarse las protestas ciudadanas contra el régimen bahreiní, un contingente militar saudita, al que se sumó otro formado por policías de los Emiratos Árabes Unidos, atravesaba la frontera para apoyar a la familia Al Jalifa. Entre otras actuaciones de las que han formado parte estos contingentes, está el asalto militar a la emblemática plaza de la Perla, rebautizada de Tahrir en alusión a la revolución egipcia.

En esa ocasión, las fuerzas de represión disparan desde helicópteros contra los manifestantes congregados en la plaza, provocando muertos y decenas de heridos. El ejército saudí se encarga de impedir la entrada de los afectados al hospital de Manama. Poco después, el gobierno de Bahréin declaró la ley marcial y dio comienzo una nueva oleada de detenciones de figuras de la oposición democrática, tanto shiíes como suníes. A día de hoy, los contingentes saudíes y de los Emiratos Árabes permanecen en el emirato y siguen participando en la represión de las protestas.

Mientras todo esto sucede, Estados Unidos apenas ha movido pieza en lo que a Bahréin se refiere. Su condición de aliado firme de Arabia Saudí y del propio emirato bahreiní, llevaron al gigante norteamericano en 2002 a designar al pequeño reino como “un aliado no miembro de la OTAN muy importante”. A su vez, en marzo del 2008, el régimen de los Al Jalifa se convirtió en el primer país árabe que comandó maniobras navales conjuntas con Estados Unidos. No en vano, la Quinta Flota de la Marina tiene su sede en Bahréin.

La actual situación de conflicto interno en el reino bahreiní ha puesto en peligro, utilizando los términos habituales que maneja la diplomacia estadounidense, su seguridad nacional, así como sus intereses económicos. Según datos conocidos gracias a las filtraciones de Wikileaks, entre 2007 y 2009, empresas multinacionales de Estados Unidos firmaron importantes contratos con el régimen. Además de la compra, por parte de Gulf Air, de 24 Boeing 787 Dreamliner, habría que reseñar la creación de una empresa conjunta de 5.000 millones de dólares con Occidental Petroleum para revitalizar el campo Awali.

Protegidos por Estados Unidos

En este contexto, las intervenciones públicas de los miembros del gobierno de Barack Obama en relación a las revueltas han sido escasas. Apenas iniciadas las protestas del mes de febrero, comenzaron una serie de llamamientos al rey y a otros miembros de la familia para instarlos a no reprimir y a negociar con la oposición algunas reformas políticas. Escaso bagaje para que puede ejercer la primera potencia militar del mundo. Así las cosas, la represión siguió su curso, aunque el régimen ordenó un aumento de los subsidios alimentarios y de los pagos de bienestar social y un subsidio de 1.000 dinares (2.653 dólares) a cada familia de Bahréin.

Tras la caída de Muamar el Gadafi en Libia, los medios de comunicación internacionales han encontrado en Siria su principal fuente de noticias vinculadas a los países árabes. La dura represión que el régimen sirio ejerce contra los manifestantes ha cubierto las ya de por si escasas informaciones provenientes de Bahréin, donde siguen produciéndose muertes. El pasado viernes 18 de noviembre, un joven de 16 años fallecía a causa del atropello a manos de un coche de policía. Ese mismo fin de semana, las manifestaciones más numerosas desde que dieron comienzo las protestas ocuparon las ciudades de Sitra o A’ali, a 3 kilómetros de Manama [2].

Las fuerzas represivas volvieron a arremeter con dureza contra los manifestantes sin que haya que lamentar víctimas aunque sí numerosos heridos. Sin embargo, en lo que parece un gesto claro dedicado a la comunidad internacional, el gobierno de Bahréin admitía el lunes, en referencia a la las protestas de febrero y marzo, que “hubo casos de fuerza excesiva y de malos tratos a los detenidos”, a resultas de los cuales habrían abierto “20 causas judiciales” contra “los policías implicados”.

El régimen bahreiní, que ha visto cómo la producción petrolera entraba en decadencia, venía implementando en los últimos años un plan de diversificación económica. El país ha promovido la instauración de una industria pesada y se ha esforzado por atraer al turismo así como realizar inversiones en empresas occidentales. A su vez, el sector financiero islámico de Bahréin es uno de los más fuertes de la región, en tanto que un acuerdo de libre comercio entre Bahréin y Estados Unidos en 2005 contribuyó al rápido crecimiento bahreiní, que superó a muchos de sus vecinos.

Con el inicio de las revueltas y el triunfo de la misma en Egipto, muchos inversores han perdido interés por el mercado bahreiní y han retirado su dinero de manera masiva. Existe el temor, extendido por la región, de que un alargamiento del conflicto se convierta en una piedra demasiado alta de saltar para un país cada vez más dependiente de sus vecinos. Tal vez por eso, los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo han decidido ayudar al acuciado Bahréin con un monto de 10.000 millones de dólares durante los próximos 10 años [3].

El de Bahréin es, como puede verse, un tablero complejo donde todos los movimientos tienen su importancia. En este sentido, con el renovado ímpetu de la ciudadanía al frente de las masivas manifestaciones del último mes, algo parece claro: el conflicto no se cerrará sin cambios de importancia que satisfagan a buena parte de la población. Queda por determinar hasta qué punto estarán dispuestos a ceder países como Arabia Saudí o Estados Unidos. A su vez, habrá que ver cómo progresa la economía del país. Aunque la caída de los Al Jalifa parece una utopía, el último año ha demostrado a los países árabes que algunas de ellas se pueden cumplir.

Fuente original: http://www.revistapueblos.org/spip.php?article2367

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