Agencia Noticiosa Ahlul-Bait (P)

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viernes

11 mayo 2012

19:30:00
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::Especial Aniversario de su Nacimiento| 12 de Mayo::

“El Imam Jomeini (r.a.) como Fenómeno Histórico”

QOM, Irán. (ABNA) — “Hemos tirado dos mil quinientos años de monarquía al basural de la historia” (Imam Jomeini).

Prólogo             La Revolución Islámica de Irán liderada por el Imam Ruhul-lah Al Musawi Al Jomeini (r.a.), es el epílogo -esta vez victorioso y fascinante- de la saga de Ahlul Bait y de decenas de revoluciones shíies que se suscitaron a lo largo de la historia del Islam, todas ellas acalladas y derrotadas en el plano militar -salvo algunos triunfos aislados-; diezmados sus líderes y desde entonces agazapadas, siempre a la espera de una oportunidad para reivindicar a los sucesores espirituales del Profeta Muhammad (paz y bendiciones sean sobre él y su descendencia), Imames ‘Ali ibn Abi Talib y Husain ibn ‘Ali (as), y persistentemente, bajo la premisa de instaurar la fe pura y la sunnah del Enviado de Allah (PBD). Desde luego que el discurso shi’a, desde el fondo de su historia, se ha caracterizado por convocar a las masas de oprimidos y por propender a que el poder sea administrado a favor de estos, más un eje histórico: se alzó contra el dominio monárquico de cada época.          La Revolución Islámica de Irán es el movimiento histórico más importante del siglo XX, y tal vez el más trascendente, y el más polémico, luego de la revolución liderada por el Profeta Muhammad (PBD), no sólo porque fue capaz de movilizar a cientos de millones de musulmanes en el mundo, hecho excepcional si se tiene en cuenta que en el sepelio del Imam Jomeini concurrieron alrededor de catorce millones de personas, sino también porque es inédito en la historia que una revolución, aparentemente desorganizada, sin más armas que las palabras y el argumento capaz de movilizar a millones de almas, haya sido capaz de doblar la cerviz a la potencia más grande conocida de todos los tiempos, ya sea por su poder armamentístico, su poder propagandístico y su capacidad diabólica para sumar, dividir y conquistar por otros medios las simpatías de los gobiernos que se dicen musulmanes. La revolución del Imam Jomeini fue un despertar para la ummah islámica mundial, socavada, sojuzgada y acallada por los poderes del este y del oeste de ese entonces. En síntesis, fue el avance de la libertad intelectual, impensada para el sistema que regía en la época del sha Reza Pahlevi y la libertad de conciencia para la shi’a duodecimana.          El hecho de denominar a la Revolución Islámica de Irán como la más grande luego de la del Profeta Muhammad, podría ser catalogado como una hipérbole, pero es una verdad de perogrullo, que a ningún estudioso o analista político occidental, ajeno a la esencia del Islam se le pasa por alto, esto es, la excelencia histórica de la revolución islámica que lideró el Imam Jomeini, sólo que no es conveniente -para los propósitos imperialistas y el auge islamofóbico que embarga a algunas naciones, a cuya cabeza están los Estados Unidos- que se estudie, profundice o se conozca en detalle este movimiento que aún tiene mucho para dar, tanto en el terreno espiritual, como en el campo político y en otras esferas.          La grandeza de la Revolución Islámica de Irán -su inefabilidad medular intentamos conocer los musulmanes- reside, para el mundo exterior al Islam, en la focalización que hicieron de ella sus propios enemigos que fueron colosos en cuanto a la sofisticación de sus armas y al acopio de riquezas; crearon “universidades” propias donde hombres de la CIA se “especializaron” en las leyes islámicas, no precisamente con la intención de islamizarse, sino para penetrar en el pensamiento y en el accionar de los musulmanes; soslayaron a su viejo rival de banderas rojas, y ambos pusieron sus miras en la naciente República Islámica de Irán; lograron una guerra entre dos naciones islámicas, Irán-Irak, de la que resultaron millones de muertos (no se ruborizaron al traicionar a su viejo aliado Saddam At Tiqriti. ¡Bah!, tampoco cuando abandonaron a su suerte al enfermo sha Reza Pahlevi, su amigo-hermano-socio); condonaron deudas externas de algunos países árabes para “rodear” a Irán; fortalecieron en el plano armamentístico y económico al estado sionista ocupante de Palestina y al mismo tiempo se autoerigieron en “intermediarios” de la paz entre palestinos y sionistas, (el principio más elemental de toda mediación es que el árbitro sea imparcial); fortalecieron sus bases militares en gran parte del Medio Oriente para controlar la Revolución Islámica de Irán y su influencia cada vez más abarcativa entre las masas de los países islámicos.           En fin, qué es lo que no han hecho. Cuando la historia sea escrita, la Revolución Islámica de Irán, su propuesta y su carácter, como asimismo las particularidades de su líder Imam Jomeini, descendiente directo de Ahlul Bait, no podrá esquivar la influencia que ejerció sobre millones de seres humanos, cualquiera sea el mazhab a que pertenezcan.Se hace menester conocer el parangón de la revolución islámica del Imam Jomeini con otras que han jalonado la historia de lslam, cosa que nos ocuparemos en las páginas que siguen. La Revolución del Nabi Muhammad (PBD)           El colofón de las misiones de los Profetas Musa e ‘Isa (as), fue el Mensaje del Enviado de Al-lah, Muhammad (PBD), quien culminaría la larga lista de enviados a toda la humanidad y sellaría la profecía y los mensajes destinados a los hijos de Adam (as).          Incluso para aquellos historiadores agnósticos o ateos, el movimiento liderado por Muhammad (PBD), es de una importancia vital para la historia de la humanidad; ni qué decir para aquél hermeneutista creyente que penetra en el pasado con su corazón y espiritualidad a flor de piel, ya que ¿cómo es posible que Al-lah le haya dado al Islam -hoy siglo XXI- una tercera parte de la humanidad? ¿es que Al-lah ha errado en sus propósitos para con el hombre? Esto se inscribe en otra historia que en algún momento será contada.          Esa revolución muhammadiana terminó con los imperios de la época: Bizancio y Persia y a pesar de quienes aún hoy alegan que se propagó mediante la espada, sólo nos basta decir que ese reguero de islamizaciones que llegó hasta la India y China por un lado y hasta los Pirineos por el otro, tiene el rasgo distintivo de un portento, y que salvo Al Andalus, donde luego de la llamada Reconquista de los Reyes Católicos fue segado a sangre y fuego, el Islam llegó para quedarse hasta el fin de los tiempos en los lugares donde en la actualidad es mayoría. Es que su doctrina simple y persuasiva, libre de dogmas obtusos e incomprensibles, hizo carne en los millones de hombres y mujeres de la época -judíos, cristianos y de otras confesiones- que sólo vislumbraron que con el Islam llegaba la liberación de sus vidas, además que -tal como presagiaban las doctrinas judía y cristiana- se estaba a la espera de un profeta que habría de aparecer entre los árabes(1).          Esta revolución traída por el Enviado de Al-lah, habría de restaurar el monoteísmo absoluto de los profetas, así como había sido degradado por judíos ezrianos y los cristianos trinitarios; le enseñó al hombre que había nacido libre, que nadie era merecedor de la alabanza sino el Señor del Universo; que no había que practicar la paciencia con los opresores de turno y de este modo brilló la luz cuando el Islam gobernó en nombre de Al-lah.Y así temblaron y se desmoronaron los opresores del momento. La Revolución del Imam Husain (as)           La historia nos enseña que toda creencia, dogma o escuela de pensamiento tiene su Saulo de Tarso. Y así como el paulinismo se deglutió al cristianismo y lo dicho por Jesús hijo de Mariam (as) de que él no vino a abolir la ley de los profetas, y cuya enseñanza tuvo sus exequias en el Concilio de Nicea (325 dc) donde se impuso la tesis pauliana, y en el 787dc (también en Nicea) donde se condenó a los iconoclastas, el Islam tampoco escapó a esta premisa.          El Islam de Muawia Ibn Abi Sufian, su hijo Iazid y los gobernantes que lo sucedieron, no fue el Islam enseñado por el Profeta Muhammad (PBD). El Mensajero de Al-lah no impuso la maldición durante el salat sobre ‘Ali ibn Abi Talib (as), tal como ordenaron practicar los omeyas durante sesenta años y que se hizo parte del culto(2); nunca dijo otra cosa sino que amáramos a Ahlul Bait, a quien Al-lah “purificó sobremanera”(3), pues “...dejo entre vosotros dos tesoros, El Corán y la gente de mi Casa...”(4), y ninguna vez señaló a otro sucesor suyo sino a ‘Ali Ibn Abi Talib (as)(5). Tampoco que los gobernantes musulmanes se erigieran en una monarquía similar a aquellas vencidas por el Islam, ni que sus prácticas fuesen motivos de bid’a (innovación), de las que podríamos detallar en exceso, como por ejemplo, la abolición entre los pilares de la fe del yihad. Nunca dijo que debamos los musulmanes salir de la jurisdicción de su sunnah, y menos que los musulmanes demos la complacencia para que  ejércitos incrédulos hollen las tierras del Islam.          El Imam Husain (as) sabía que tras su martirio en las arenas de Karbalá, iba a ser el pivote para que la comunidad islámica volviera sobre sus pasos y se encaminara hacia las verdaderas enseñanzas de su abuelo Muhammad (PBD), ya que la fitnah y la innovación estaban arrollando al Islam. Indicó a todo el orbe musulmán, consternado ante el crimen del nieto del Profeta (PBD), que el Islam volvía a ser restaurado con su sello original y que a partir de la decapitación de Husain (as), la doctrina continuaría resguardada hasta el Ultimo Día en Ahlul Bait, tal como la enseñó el Nabi a ‘Ali y éste a sus hijos Hasan y Husain y éste a Zain al ‘Abidin (as) y así sucesivamente hasta el esperado y profetizado Imam de la Epoca (que Al-lah apresure su aparición).          Sabía uno de los infalibles, que la estela de su martirio y la de 73 miembros de Ahlul Bait en el desierto de Karbalá, iba a continuar a través de los siglos, pues alguna vez alguien de su familia debía erigirse en cabeza de otra revolución para finalmente instaurar el Islam. No fue en vano su muerte profetizada por su mismo abuelo (PBD), ni el arrepentimiento del comandante Hur, de las tropas de Umar Ibn Sa’ad, quien, luego de rodear el campamento del Imam, se llegó a Husain (as) y le dijo: “¡Hijo del Profeta, perdóname! No pensaba que mi acción pudiera tener tales consecuencias. Permíteme que rectifique defendiendo tu vida y permitiendo que mi hijo defienda la vida de tus hijos!”(6).          “¡Que Husain se someta! ¡Que jure fidelidad al Califa, sino le combatiremos!”, pregonaba por su parte Iazid, (maldígalo Al-lah) por intermedio de sus generales (7).          Muslim Ibn ‘Akil, Hani Ibn Urwah, ‘Ali Akbar, Habib Ibn Mazahir y tantos otros, iban a ofrecer su vida para defender al Imam Husain.       Ya lo había dicho el santo Imam (as): “¡Karbala! ¡Oh, Allah! ¡En Ti me refugio contra la aflicción (Karb) y la desgracia (Bala)!”.       El “sha” Iazid hijo de Muawia hijo de Abi Sufian hijo de Omeya, había coronado su venganza contra los Bani Hashim, clan del bendito Profeta (PBD).          Las dinastías omeya y abbasí eran conscientes de que la revolución comandada por el Imam Husain era legítima, pues siempre el opresor es versado sobre su propia acción. Ellos se encargaron de sistematizar algunas innovaciones en materia religiosa y de gobierno. Un ejemplo: dijeron que los musulmanes tenían la obligación de obedecer a un Califa, aunque éste fuese una persona injusta, entre otras varias alteraciones, que a la postre justificaban y favorecían sus intereses.Desde esta revolución, todo conato de rebeldía shí’a fue acallado de múltiples maneras: con el asesinato de sus líderes, con el soborno, en las batallas que siguieron posterior al martirio del Imam Husain (as) o los intentos, muchas veces exitosos, de dividir al Islam en múltiples sectas, con el propósito de que con la fragmentación de los musulmanes, la dominación les fuese más sencilla. Lo hubieran conseguido de veras, a no ser el auxilio de Al-lah.Después del movimiento y mensaje revolucionario del Profeta del Islam (PBD), no hubo otra intifada más aguda, más histórica ni con tanta influencia entre los musulmanes como la del Imam Husain (as), aunque es necesario insistir que esta revuelta fue el origen de otras decenas en todo el ámbito del Islam.          Pero tal como hemos apuntado, el verdadero Islam tenía que ser restaurado. Sobre esto dijo el Imam Husain (as) momentos antes de ser martirizado: “¿Acaso crees que voy a aceptar los cambios y las desviaciones que quieres introducir en la Religión sin decir nada? ¿Crees que me someteré a tal aberración con tal de salvar mi vida y ahorrarles sufrimiento y humillaciones a las mujeres y los niños de la Casa del Profeta? Si el abandono de los Principios del Islam y de las Enseñanzas del Corán es el precio que me pides para salvar mi vida y el honor de mi Familia, quiero que sepas que rechazo tu oferta despreciable!” (8). Las otras revoluciones           Cuando Kufa despertó, ya era tarde. La cabeza del Imam Husain (as) descansaba bajo el trono de Iazid. Un estertor recorrió todo el Islam. Habían matado a “un profeta o nieto de un profeta”, disparó encolerizado el emperador Bizantino(9). Es que esta revolución, sus causas y efectos, tuvo una resonancia más allá de las fronteras del Islam.          Huyr Ibn ‘Adi al-Kindi entró al Islam en la época del Profeta, aunque ciertas fuentes históricas lo niegan. Lo cierto es que participó a favor de ‘Ali Ibn Abi Talib en las batallas del Yamal y de Siffin. Previamente había apoyado al Imam Hasan (as) y tras el envenenamiento de éste a manos de los esbirros de Muawia, se trasladó a Kufa donde participó activamente de la propaganda a favor de Husain (as), lo que motivó que fuese arrestado, enviado a Damasco, donde residía Muawia, quien lo martirizó(10).          No obstante, el primer movimiento motivado por Karbalá, fue el denominado de los Tawwabun (los penitentes), cuyas cabezas más visibles fueron Sulaiman ibn Surad, Al Musayyab ibn Nayaba al Fazari, ‘Abdal-lah ibn Sa’d ibn Nufayl al Azdi, ‘Abdal-lah ibn Wali al Taymi y Rifa’a ibn Shaddad al Bayali(11). Ninguno de éstos era menor de 65 años.          La reunión que los nombrados realizaron tras el martirio del Imam Husain (as), con el objeto de estudiar cómo iban a implementar la revolución en marcha, se realizó bajo la consigna de “...Dios nos ha considerado embusteros, pues el nieto de Su Profeta fue muerto entre nosotros. ¿Cómo podremos encontrar a Dios el Día del Juicio?¿Cómo podremos encontrar al Profeta mismo en el Paraíso, cuando hemos sido responsables de la muerte de su hijo?...(12).          El ejército de los Tawwabun, compuesto por tres mil hombres, aunque otros historiadores dicen que no sobrepasaban los mil quinientos (13), se encontró con los omeyas en el paraje llamado ‘Ain al Warda de la Siria nordoriental. También es incierto el número de los soldados del ejército omeya comandado por ‘Ubaydul-lah, a quien el califa de entonces Marwan había equipado en forma personal. Pero de seguro, según algunos historiadores sobrepasaban los veinte mil (14).          Tras tres días de encarnizados combates, el pequeño ejército de los Tawwabun, se batió en retirada. Con la derrota habían quedado en el campo de batalla cientos de valientes compañeros seguidores de Ahlul Bait.          Tampoco esta revolución pasó desapercibida para la historia, y a pesar de que es poco comentada, alguna vez la historia misma la exhumará pues esa rebelión estuvo lejos de ser un fracaso tanto en lo religioso como en el plano político, pues por primera vez aglutinó a la shi’a como un solo hombre, y “despertó el ardor del shi’ismo” (15) y ret