Agencia Noticiosa Ahlul-Bait (P)

Fuentes : Global Research | The Brussells Tribunal
sábado

6 abril 2013

19:30:00
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“2003-2013: La resistencia iraquí, la “guerra sucia” de Estados Unidos y la remodelación de Oriente Próximo”

BAGDAD, Iraq. (ABNA) — La catastrófica devastación que actualmente padece Iraq se superpone a todo lo demás. Teniendo en cuenta los hechos sobre el terreno resulta difícil recuperar la visión imperialista de convertir Iraq en un ejemplo de la democracia patrocinada por Estados Unidos y en un modelo de la remodelación de Oriente Próximo. A fin de cuentas, Iraq iba a ser un caso que sentara jurisprudencia en la demostración de poder preeminente de Estados Unidos. Aquella visión imperialista está en ruinas y el nacionalismo iraquí se ha reafirmado.

Agencia de Noticias de Ahlul Bait (ABNA) —“A diferencia de Arabia Saudí, Iraq se negó rotundamente a enviar sus beneficios del petróleo a Estados Unidos a cambio de la protección de este país […]. En vez de ello, invirtió sus ingresos por petróleo en su propio desarrollo y, lo que es de crucial importancia, defendió que otros países árabes productores de petróleo hicieran lo mismo” La catastrófica devastación que actualmente padece Iraq se superpone a todo lo demás. Teniendo en cuenta los hechos sobre el terreno resulta difícil recuperar la visión imperialista de convertir Iraq en un ejemplo de la democracia patrocinada por Estados Unidos y en un modelo de la remodelación de Oriente Próximo. A fin de cuentas, Iraq iba a ser un caso que sentara jurisprudencia en la demostración de poder preeminente de Estados Unidos. Aquella visión imperialista está en ruinas y el nacionalismo iraquí se ha reafirmado. La historia de Iraq se ha convertido en el relato del fracaso total de los objetivos estadounidenses originales y la consecuencia involuntaria del ascenso de un movimiento nacional de resistencia iraquí persistente que, al mismo tiempo que decae el poder estadounidense, ha demostrado mucha más capacidad de resistencia de la que casi nadie podía imaginar. La decadencia del Imperio Estadounidense El 18 de marzo de 2003 el grupo ECAAR, Economists Allied for Arms Reduction [Economistas Unidos para la Reducción de Armamento] preparó una declaración en contra de las iniciativas unilaterales a favor de la guerra en Iraq, suscrita por más de 200 economistas estadounidenses, entre ellos siete premios Nobel y dos ex presidentes del Consejo de Asesores Económicos. El texto de la declaración fue la base de un anuncio que se publicó en The Wall Street Journal. Presentamos algunos extractos de la declaración: “[…] Como economistas estadounidenses nos oponemos a las iniciativas unilaterales de guerra contra Iraq, que consideramos innecesaria y perjudicial para la seguridad y la economía de Estados Unidos y de toda la comunidad mundial. […] Nos preguntamos si la guerra beneficiaría a la seguridad y no aumentará el riesgo de futura inestabilidad y de terrorismo. Vemos claramente una tragedia humana inmediata y la devastación producto de la guerra, y también vemos un potencial daño económico grave, tanto para nuestra nación como para el mundo. […] La posibilidad de la guerra amenaza los mercados financieros y energéticos estadounidenses, así como otros mercados. Además, el compromiso más amplio del gobierno con el ejército impedirá la recuperación del sector tecnológico en vez de hacer que avance, al suprimir recursos de los programas civiles. […] Nos tememos que la guerra pueda aumentar de manera significativa las tasas de los intereses y el precio del petróleo. De ser así o si continúa el actual declive del dólar el efecto podría ser desencadenar una importante reducción del consumo en Estados Unidos, que supere el gasto militar extraordinario. […] Los presupuestos familiares se verán gravemente afectados. La fiebre de guerra en Washington bloquea los esfuerzos por compartir los ingresos con los Estados, la principal manera que tiene el gobierno federal de evitar una calamidad estatal y local, y también bloquea el apoyo al trabajo necesario de apoyo la seguridad nacional. En este clima tampoco podemos esperar afrontar nuestros problemas más graves y continuados de atención sanitaria, educación, desempleo y pobreza, todos los cuales continúan siendo urgentes preocupaciones en nuestro país. […] No creemos que esta guerra sea necesaria para la seguridad nacional de Estados Unidos. Para la seguridad de Estados Unidos y para un desarrollo económico mundial pacífico es necesaria una economía sana. La declaración esboza un cuadro minuciosamente preciso de lo que iba a ocurrir: esta guerra ha sumido a Estados Unidos y al resto del mundo en una crisis económica y ha demostrado claramente las limitaciones del poder estadounidense. La resistencia iraquí contra la ocupación es, en parte, responsable de la decadencia de Estados Unidos, tal como predijeron en 2004: “[…] Los inmovilizaremos aquí, en Iraq, para agotar sus recursos, su personal y sus ganas de luchar. Les haremos gastar tanto como han robado, si no más. Interrumpiremos el flujo del petróleo robado y luego lo detendremos, con lo que haremos que sus planes sean inútiles.” [1] Joseph E. Stiglitz, premio Nobel y uno de los firmantes de esta declaración, calculó el coste de la guerra de Iraq, incluyendo muchos costes ocultos, en su libro de 2008 The Three Trillion Dollar War [2] . Esta es la conclusión a la que llega: “[…] No existe ni una comida gratis ni tampoco una guerra sin coste. La aventura de Iraq ha debilitado gravemente la economía estadounidense, cuyas tribulaciones van mucho más allá de los préstamos hipotecarios basura. No se pueden gastar tres billones de dólares (sí, tres billones de dólares) en una guerra fallida en el extranjero y no sentir el dolor en casa”.[3] Stiglitz enumera lo que hubiera podido pagar uno solo de estos tres billones: ocho millones de viviendas o 15 millones de profesores de la escuela pública o atención sanitaria para 530 millones de niños durante un año o becas universitarias para 43 millones de alumnos. Tres billones de dólares hubieran podido solucionar el problema de la seguridad social de Estados Unidos durante medio siglo. Stiglitz afirma que Estados Unidos gasta actualmente 5.000 millones de dólares al año en África, con la preocupación de que China le aventaja en este continente: “[…] Cinco mil millones de dólares equivalen aproximadamente a diez días de combate, así que uno tiene una nueva medida para pensarlo todo”. [4] Y la situación empeora. “[…] Mientras Estados Unidos pone fin al combate en Iraq, resulta que nuestro cálculo de tres billones (en los que se incluyen tanto los gastos del gobierno como el mayor impacto de la guerra en la economía estadounidense) era, en todo caso, demasiado bajo. Por ejemplo, el coste del diagnóstico, tratamiento e indemnización de los veteranos inválidos ha resultado ser más alto del que esperábamos”, escribía Joseph Stiglitz el 3 de septiembre de 2010 en el Washington Post [5]. Las consecuencias para la región de Oriente Próximo son aún más dramáticas. Un informe publicado por Strategic Foresight Group en India en un libro titulado The Cost of Conflict in the Middle East [El coste del conflicto en Oriente Próximo] calcula que el conflicto en la zona durante los últimos 20 años ha costado a las naciones y a los pueblos de la región 12 billones de dólares. Este informe indio añade que Oriente Próximo ha registrado “[…] Un elevado índice de gastos militares en los últimos 20 años y se considera que es la región con más armas del mundo”.[6] Imaginen si esa cantidad se hubiera gastado en infraestructuras rurales y urbanas, diques y reservas de agua, desalinización e irrigación, industria forestal y pesquera, industria y agricultura, medicina y salud pública, vivienda y tecnología de la información, empleos, integración equitativa de ciudades y pueblos, y en reparar los estragos de las guerras en vez de en armas que solo pueden crear destrucción. La guerra de Iraq fue ilegal según el derecho internacional En el periodo previo a la invasión de Iraq en 2003 se ofrecieron varias razones para justificar la invasión, sin embargo: A) No había armas de destrucción masiva, ya fueran nucleares, químicas o biológicas, a diferencia de las vacías afirmaciones de Colin Powell, secretario de Estado estadounidense ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en febrero de 2003 [7], acusaciones que después calificó como “[…] El momento más bajo de mi vida” [8]. B) No existía ninguna relación con los terroristas de al-Qaeda. C) Por último, se afirmó que la guerra traería la ‘democracia’ a Iraq, un ejemplo para todo Oriente Próximo. Había que derrocar al ‘dictador’ Saddam. Tony Blair todavía esgrimió esta justificación en la Comisión Chilcot como la principal razón para invadir Iraq. [9] Así que no había ninguna ‘prueba conclusiva del crimen’, no había casus belli. Fue una guerra ilegal de agresión que no contaba con la aprobación del Consejo de Seguridad [de Naciones Unidas]. La invasión no se podía justificar bajo el Capítulo 7 de la Carta de Naciones Unidas y calificarse de autodefensa porque Iraq no había atacado a Estados Unidos ni suponía una amenaza inminente. No había justificación para esta llamada ‘guerra preventiva’. Destacadas personalidades internacionales, altos cargos y juristas lo han afirmado muy claramente. Kofi Annan, ex secretario general de Naciones Unidas [10] y Hans Blix, director de la Comisión de Inspección de Armas de la Naciones Unidas [11], han declarado abiertamente que la invasión de Iraq fue ilegal según el derecho internacional. Más recientemente, el informe de la Comisión Holandesa Davids [12] concluía que no hubo “[…] Un mandato legal internacional adecuado para la invasión de Iraq”. Mohamed ElBaradei, ex director de la IAEA (siglas en inglés de Agencia Internacional de la Energía Atómica) afirmó: “[…] Por supuesto, existen dictadores, pero ¿estás dispuesto a sacrificar a un millón de civiles inocentes cada vez que quieres librarte de un dictador? Todos los indicios procedentes de la Comisión Chilcot señalan que de lo que se trataba en Iraq no era realmente de las armas de destrucción masiva sino de un cambio de régimen, y me sigo haciendo la misma pregunta: ¿Dónde contempla este cambio de régimen el derecho internacional? Y si se trata de una violación del derecho internacional, ¿quién es responsable de ello?”. ElBaradei añadía: “[…] Desde mi punto de vista, la política occidental con relación a esta parte del mundo ha sido un fracaso total. No se ha basado en el diálogo, la comprensión, el apoyo a la sociedad civil y en dar poder a la gente, sino que se ha basado en apoyar regímenes autoritarios mientras el petróleo siguiera bombeando”. [13] Benjamin Ferencz, reconocido fiscal en el Proceso de Nuremberg, afirma: “[…] Existen indicios razonables de que Estados Unidos es culpable del supremo crimen contra la humanidad, ya que se trató de una guerra ilegal de agresión contra una nación soberana”. Entrevistado en su casa de Nueva York, Ferencz expuso un sencillo resumen del caso: “[…] La Carta de Naciones Unidas cuenta con una clausula que, de hecho, Estados Unidos aceptó tras la Segunda Guerra Mundial. Esta estipula que en adelante ninguna nación puede utilizar la fuerza armada sin permiso del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Se puede usar la fuerza en caso de autodefensa, pero un país no puede utilizar la fuerza como anticipación de autodefensa. Por lo que se refiere a Iraq, la última resolución del Consejo de Seguridad básicamente afirmaba, “[…] Enviad a los inspectores de armas a Iraq y cuando vuelvan que nos digan qué han encontrado; entonces pensaremos qué vamos a hacer. Estados Unidos estaba impaciente y decidió invadir Iraq lo que, por supuesto, se había preparado de antemano. Así que Estados Unidos emprendió la guerra en violación de la Carta”. [14] Tras la Segunda Guerra Mundial, el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg calificó el hecho de emprender una guerra de agresión como “[…] Algo nefasto en esencia […]; emprender una guerra de agresión […] no solo es un crimen internacional, sino que es el supremo crimen internacional que únicamente difiere de otros crímenes de guerra en que contiene en sí mismo el mal acumulado del conjunto”. El Artículo 39 de la Carta de Naciones Unidas estipula que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas determinará la existencia de cualquier acto de agresión y “[…] Hará recomendaciones o decidirá qué medidas se tienen que adoptar de acuerdo con los Artículos 41 y 42 para mantener o restaurar la paz y seguridad internacionales”. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI) se refiere al crimen de agresión como uno de “[…] Los crímenes más graves que afectan a la comunidad internacional”, y estipula que este crimen entra dentro de la jurisdicción de la CPI.[15]. La agresión a Iraq no fue simplemente inmoral sino que fue propiamente ilegal. Desde la firma del Tratado de Westfalia en 1648 [16] hasta 1945, año en que se creó Naciones Unidas, los Estados soberanos en Occidente tenían derecho a declarar la guerra. Existían ciertos límites establecidos por ellos mismos acerca de cómo se debía llevar a cabo la guerra, pero nunca se puso en entredicho el derecho en sí. Precisamente porque este principio llevó finalmente a la Segunda Guerra Mundial y a todos los dramas asociados a ella, el organismo mundial decidió prohibir la guerra, es decir, que no se permite a un Estado atacar a otro: únicamente se le permite para defenderse a sí mismo. Iraq no había atacado aún a Estados Unidos cuando éste le invadió. E incluso si lo hubiera hecho, el único organismo autorizado a responder a tal acto de agresión, según el derecho internacional, es Naciones Unidas. Además, Naciones Unidas no puede emprender una guerra en sí, sino que está autorizada a intervenir pero solo utilizando los medios que sean proporcionales al fin y de forma provisional.[17] Este principio es el principio fundamental de policentrismo: un sistema global en el que se pueden respetar los derechos fundamentales de las naciones y de los pueblos. Y es precisamente este principio el que se ha rechazado tajantemente en el Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense (Project for the New American Century, PNAC) [18]. Por desgracia, tal rechazo da lugar a comparaciones desafortunadas, nos gusten o no, ya que la última persona que rechazó tajantemente la idea de que las relaciones internacionales se deben regular por medio de la ley fue un hombre llamado Adolf Hitler. Como el PNAC, [Hitler] empezó dejando clara su postura por escrito en Mi lucha [Mein Kampf] antes de llevarla a la práctica. Así que, a lo que hoy asistimos es a una repetición de este modelo: primero se niega teóricamente el derecho internacional y a continuación se lleva a la práctica esta teoría. Es una secuencia de acontecimientos extremadamente peligrosa. Este es un crimen que no se puede aceptar. Recordemos el debate sobre la guerra de Iraq que tuvo lugar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas cuando Dominique de Villepin, ministro de Asuntos Exteriores francés, [19] insistió en que se debía respetar la ley y en que, por consiguiente, dado que no había habido ningún acto de agresión, no se podía emprender una guerra contra Iraq en las circunstancias que existían entonces. La respuesta de Colin Powell fue decirle a Villepin: “[…] Usted pertenece al pasado”. Pero Powell se equivocaba: Villepin pertenece al presente y al futuro, y es Colin Powell quien pertenece al pasado, al mundo anterior a 1945, al mundo que generó a Hitler. La postura de Estados Unidos es lo que está haciendo retroceder a la historia. Así que ahora nos encontramos ante una pregunta política fundamental: ¿Queremos que el mundo se rija por la ausencia de normas, como ocurrió en el pasado, o queremos que el mundo se rija por normas?[20] Por supuesto, estas normas se pueden cambiar y adaptar, y puede que haya que reformar las instituciones encargadas de hacer que se cumplan, pero el punto central que se debate hoy es el principio fundamental de si tenemos reglas. ¿Queremos que exista el derecho internacional o queremos que la pax americana se convierta en la lex americana, esto es, un mundo en el que no hay leyes excepto aquellas que Estados Unidos ac