En los días siguientes, las protestas se extienden por todo el valle. Al menos 36 personas murieron y 2.000 resultaron heridas, casi todas por disparos de la policía. Al menos 117 civiles, heridos por disparos de escopeta, corrían riesgo de perder la vista, según los reportes médicos.
Este fue el peor brote de violencia en Cachemira en los últimos seis años y, sin embargo, era tristemente previsible. Durante meses, la policía, los líderes y residentes locales habían advertido de problemas inminentes en el estado más al norte de la India.
Es cierto que el nivel de violencia ha disminuido considerablemente desde su pico máximo en el año 2001. Durante décadas, el conflicto ha oprimido a los casi 7 millones de habitantes del valle, cachemires de fe musulmana en su gran mayoría, atrapados entre las ambiciones rivales de India y Pakistán. Es cierto que, últimamente, Pakistán ha frenado drásticamente la exportación de armas y militantes a un territorio ocupado que siempre ha reivindicado como su legítima propiedad, mientras que aproximadamente 600.000 soldados de la India permitieron el retorno de una apariencia de normalidad, lo que redituó en el retorno del turismo y en la celebración de elecciones regulares.
El problema, según activistas de Cachemira, es que la calma relativa ha alimentado la complacencia en Nueva Delhi, la capital india, mientras que las frustraciones entre los habitantes de Cachemira y especialmente entre los jóvenes, han crecido. Algunos problemas, como la falta de buenos puestos de trabajo, se comparten con otros indios. En Cachemira, sin embargo, estos problemas se ven agravados por una larga historia cíclica de la manipulación política y la represión, donde los políticos locales dispuestos a “jugar el juego de la India” desacreditada ante los ojos de Cachemira. La mayor parte de la prensa convencional de la India, descuidadamente, no tiene en cuenta la opinión de Cachemira, prefiriendo ver la región simplemente como un parque infantil para el terrorismo patrocinado por Pakistán.
El actual gobierno del estado de Jammu y Cachemira, un sistema de gobierno que une el valle de mayoría musulmana a las regiones adyacentes de complexión totalmente diferente, es una coalición torpe entre un partido tradicional de Cachemira y el nacionalista hindú Bharatiya Janata Party (BJP), del primer ministro Narendra Modi. El BJP tiene poca comprensión y paciencia para el descontento de los habitantes de Cachemira. Su socio local, a pesar de los esfuerzos para difundir apoyo y de explotar los temores de radicalismo islámico, está acusado de actuar como un títere de Nueva Delhi.
En los últimos años, el número de militantes independentistas armados ha caído en picada, mientras que su atractivo romántico ha aumentado. La policía estima que menos de 200 combatientes ahora vagan por las montañas y bosques de Cachemira. La diferencia es que, muchos, quizá la mayoría de los renegados actuales ya no son infiltrados con mentalidad terrorista procedentes de Pakistán, sino gente joven, a menudo del sur del valle, lejos de la frontera. Y es preocupante que estos nuevos militantes tienden a ser de clase social alta y adeptos al uso de las redes sociales.
Wani ejemplifica esta tendencia. Nacido en 1994 en una familia de clase media, pasó a la clandestinidad en el 2010, después de que su hermano fuera golpeado y humillado por policías. Aunque los activistas locales, así como al menos un funcionario de seguridad dijo que hay poca evidencia de que Wani haya estado directamente involucrado en ataques contra la policía, las imágenes de él, en ropa de la guerrilla y armado con un rifle, contra un telón de fondo de los bosques y montañas, se propagan a través del teléfono móvil y Facebook.
En un video publicado en junio, prometió que los combatientes permitirían el paso seguro de peregrinos hindúes en un viaje anual a un templo de montaña y aceptaría el retorno de los refugiados hindúes de rondas anteriores de violencia, pero se resistirían a los intentos de establecer en Cachemira nuevas colonias de hindúes.
Si bien no se cree que el ejemplo de Wani haya inspirado a más de una docena de nuevos reclutas para la insurgencia independentista armada, esto tuvo un fuerte y atractivo componente simbólico. Su muerte, en una casa de seguridad asediada por una abrumadoramente fuerza superior de la India, siguió un patrón familiar. De tanto en tanto, la guerrilla embosca a patrullas de la India y a modo de respuesta, cada pocas semanas, un presunto infiltrado o militante es eliminado por fuerzas indias. Puesto que más a menudo son hombres de la localidad, ahora, la asistencia a sus funerales ha aumentado y, a su vez, esto ha derivado en enfrentamientos callejeros.
Mártir Burhan Wani (derecha), comandante de 22 años del Movimiento independentista cachemiro Hizbul Mujahidin.
Muchos, incluso la familia de Wani, pensaron que su muerte era inevitable y que precipitaría más violencia. La sorpresa es que la ira parece haber tomado por sorpresa a las autoridades indias.
“El gobierno de la India se ha acostumbrado a un abordaje de apagar incendios”, dijo Basharat Peer, un escritor de Cachemira, quien ha reportado episodios repetidos de violencia. “Ellos ni siquiera ven que, al no implementar al menos un intento de un proceso político para hacer frente a las demandas reales de los cachemires, simplemente perpetúan el ciclo”.
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