Sin embargo, es todo un desafío detectar un burkini en la mayoría de las playas francesas, incluso algunos de los alcaldes que los han prohibido admiten que nunca han visto uno.
Pero con la cercanía de la elección presidencial de 2017, y la nación conmocionada después de una serie de ataques terroristas —incluyendo el que mató a 85 personas en Niza— el burkini se ha convertido en un símbolo de la tensa relación entre Francia y su población musulmana.
No existe una clara definición de lo que puede ser calificado como burkini y muchas mujeres musulmanas se han quejado de ser señaladas en las playas aunque lleven otras prendas de vestir. Esto ha despertado la duda de si las prohibiciones tienen por objeto buscar la aceptación de la mayoría del pueblo francés, que no es musulmán, o si realmente forman parte de la cultura laica y secular de la vida francesa.
Ese debate es una continuación del profundo malestar que surgió por el uso de ciertas prendas de vestir de las mujeres musulmanas, el mismo que ha desafiado la caracterización de la política francesa, tanto de la izquierda como de la derecha. De hecho Valls, un socialista, ha pronunciado declaraciones que recuerdan a políticos de centroderecha como Nicolas Sarkozy, o líderes de la extrema derecha como Marine Le Pen.
El Centro contra la Islamofobia en Francia desafió la prohibición de la ciudad de Cannes y aunque perdió, está apelando el fallo. Mientras tanto el Consejo de Estado, la instancia que determina si estas prohibiciones cumplen con los requisitos legales franceses, está revisando las ordenanzas locales.
Marwan Mohamed, el director ejecutivo del centro, dijo que la semana pasada seis mujeres musulmanas se quejaron porque se les pidió que abandonaran las playas a pesar de que no usaban burkinis.
“Una”, dijo, “llevaba una camisa manga larga, pantalones y un pañuelo en la cabeza”.
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