El nuevo estado plantó árboles y creó parques nacionales sobre las ruinas de decenas de pueblos, donde los israelíes pasan ahora tardes tranquilas y disfrutan de un picnic a la sombra. Los gritos de los muertos son ahogados por las risas de los niños que juegan entre los restos de las antiguas casas palestinas. Los nombres árabes de los pueblos destruidos han sido borrados. El estado israelí todavía se aferra al mito de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” y niega que la Nakba tuvo lugar, de igual forma que muchos norteamericanos niegan todavía el genocidio indígena en “nuestro” país. Zochrot, una ONG israelí, ha identificado y situado en el mapa todos y cada uno de los pueblos y ciudades palestinos destruidos con el fin de que los israelíes conozcan la verdad. Pero su mensaje es ignorado en gran medida.
Hay una prueba que no ha podido ser borrada: los millones de refugiados que viven en Israel, en lo que queda de Palestina, en campamentos alojados en los países árabes vecinos y en la diáspora. No ha podido ser borrada, pero es marginada y silenciada, así es más fácil olvidarlos.
Tomemos a Gaza como ejemplo. Cuando Hamas y Fatah anunciaron los avances hacia el establecimiento de un gobierno de unidad en el verano de 2014, Israel intensificó las acciones contra Gaza. En respuesta a la violencia israelí, que incluía ataques aéreos y asesinatos selectivos, los palestinos dispararon cohetes desde Gaza a territorio israelí. Ambas partes recurrieron cada vez más a la violencia. Repentinamente, Gaza existía de nuevo, como una amenaza para el estado [de Israel]. Hamas es condenado en los medios de comunicación. Los políticos declaran que “¡Israel tiene derecho a defenderse!”. Israel, con el apoyo de EEUU, inicia una agresión que incluye bombardeos aéreos sostenidos y una invasión terrestre, con tanques, obuses y miles de soldados contra una población civil desarmada en buena parte. Desde Gaza, los cohetes siguen volando hacia Israel en cantidades sin precedentes.
Siete civiles murieron en Israel y 1.660 civiles palestinos en Gaza. En la franja se destruyeron hospitales, mezquitas, escuelas y torres de oficinas. Barrios enteros fueron reducidos a escombros. Israel recibió fuertes críticas cuando imágenes de la carnicería invadieron las redes sociales. Tras 50 días de bombardeos, se alcanzó un alto el fuego con la mediación de Egipto. Israel hizo concesiones. La zona de exclusión sería reducida. Los pescadores podrían pescar en un área más extensa (pero aún dentro de los límites establecidos en los Acuerdos de Oslo). El bloqueo sería aliviado, permitiendo viajar a la gente. Se permitiría la importación de materiales de construcción, incluido el cemento. Países de todo el mundo prometieron miles de millones de dólares para ayudar a reconstruir Gaza. La “calma” fue restablecida.
El alto el fuego es violado por Israel en cuestión de días. Los agricultores son tiroteados en la zona de exclusión. Silencio. Los pescadores son atacados en el mar. Silencio. La frontera de Rafah con Egipto permanece cerrada. El bloqueo es peor que antes del ataque israelí. Silencio. Diez meses más tarde, los materiales de construcción no han entrado todavía en Gaza. Los miles de millones de dólares prometidos para la reconstrucción no llegan. Nada se reconstruye. Silencio. Miles de personas viven entre los escombros de sus casas destruidas. Algunos niños mueren de frío en el invierno. Otros miles de personas permanecen en escuelas de la ONU donde se refugiaron durante los bombardeos. Silencio. Soldados israelíes publican testimonios que revelan que se cometieron crímenes de guerra durante la ofensiva. En EEUU, los principales medios de comunicación ignoran ampliamente los testimonios. Silencio. Gaza sigue en el olvido.
El Congreso de EEUU elogia a Netanyahu. Obama le felicita por la formación del nuevo gabinete y nadie comenta la presencia de racistas en su gobierno de coalición, una de las cuales propuso matar a las madres de los mártires palestinos para evitar “que se criaran más pequeñas serpientes”, mientras que otro calificó a los palestinos como “subhumanos”. Los miles de millones de dólares norteamericanos de ayuda siguen llegando sin cesar a Israel.
Mientras los cohetes lanzados desde Gaza atraen algo la atención, los refugiados palestinos sufren en medio del olvido.
Apenas a cinco kilómetros de Gerasa, en Jordania, donde se encuentran los restos bien conservados de la que fuera una rica ciudad romana, está el campamento de Gerasa. Conocido por los locales como el campamento de Gaza, fue creado en 1968 como un refugio temporal para 11.500 palestinos que huyeron de Gaza durante la Guerra de los Seis Días. Muchos de estos refugiados eran refugiados por segunda vez, pues ya en 1948 huyeron de Bersheba. A los refugiados de Gaza no se les concedió documentos de identidad jordanos.
La situación con que se enfrentan los refugiados del campamento de Gaza es la más dura de los dos millones de refugiados palestinos que hoy viven en Jordania. Sus 30.000 refugiados se hacinan en menos de 750.000 metros cuadrados. El sistema de recogida de aguas residuales está compuesto por unos canales que corren en superficie y que no dan abasto, de forma que las aguas residuales se desbordan por las calles donde juegan los niños. La ONU ha estimado que el 75 por ciento de las casas son inhabitables.
Algunas están fabricadas con amianto y hojalata, causantes de cáncer. El gobierno jordano niega toda ayuda a los palestinos refugiados. La electricidad y el agua son suministrados al campamento a precio de coste. No hay conexiones a internet. No hay farmacias y solo hay un centro de salud administrado por la UNRWA (agencia de la ONU para los refugiados palestinos). Los residentes del campamento no tienen acceso a la sanidad pública. No pueden abrir cuentas bancarias ni comprar terrenos.
La educación es muy valorada. Los estudiantes universitarios del campamento tienen los mejores resultados en sus clases, pero la enseñanza superior es muy cara y no pueden permitirse el lujo de acceder a ella. Los niños a veces pasan hambre y los padres tienen que dejarlos en la escuela. Otros pasan hambre porque la familia promedio vive con dos dólares al día. Los que terminan la universidad no pueden trabajar en aquello para lo que estudiaron. Médicos, ingenieros y abogados ven cómo les niegan las licencias para ejercer y no son empleados por el estado.
Mientras Benjamín Netanyahu llama a los judíos de todo el mundo para que “vuelvan a casa”, a Israel, a los habitantes nativos de estos territorios se les niega ese mismo derecho de retorno. Sus derechos ni siquiera forman parte de la conversación. Con el fin de afirmar que son “la única democracia de Oriente Medio”, mientras niegan los derechos de sus ciudadanos palestinos, Israel debe mantener una mayoría judía. Los países árabes que albergan a los refugiados palestinos no son mucho mejores. Dicen que les niegan la ciudadanía para que conserven su estatus de refugiados. Pero eso no explica la negación de los derechos humanos fundamentales que permitirían que la gente viva con sus necesidades básicas cubiertas, algo de bienestar y la esperanza de un futuro mejor.
La Nakba no terminó en 1948. Es un proceso de marginación y liquidación que sigue en marcha en la actualidad. Aunque los israelíes nieguen su historia, los refugiados del campamento de Gaza se aferran a sus recuerdos de Palestina como un salvavidas. Los niños han absorbido las historias de sus mayores. Si se les pregunta de dónde son, ellos dirán: “Soy de Bersheba, soy palestino”. Su vínculo con su hogar es la forma en que afirman su dignidad.
Fuente: The Never-Ending Nakba
Acerca del autor: Johnny Barber escribe sobre Oriente Medio. Correo-e: dodger8mo@hotmail.com
Acerca del traductor: Javier Villate mantiene el blog Disenso, con artículos, análisis y traducciones sobre Palestine, Israel y Medio Oriente. Le puedes seguir en Twitter como @bouleusis
Fuente: Johnny Barber, CounterPunch / Traducción: Javier Villate, Blog Disenso
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