Jeremías, hijo de Hilcías, fue un importante profeta de los Bani Isra'il (hijos de Israel) en los siglos VI y VII a.C. Aunque su nombre no se menciona explícitamente en el Corán, sí se menciona en interpretaciones relacionadas con ciertos versículos. En fuentes islámicas se le conoce como Armaya o Hermia. Algunos creen que fue el profeta que resucitó después de cien años de muerte. Según las fuentes, Jeremías fue un profeta durante la era de Goliat cuando el pueblo le pidió que nombrara un rey, lo que llevó al nombramiento de Talut por orden de Dios. También se dice que Zoroastro fue discípulo de uno de los discípulos de Jeremías. Jeremías nació alrededor del 645 a.C. en una ciudad al noreste de Al-Quds (Jerusalén), en el seno de una familia clerical. Su padre fue un sacerdote elegido durante la época de David.
Jeremías fue martirizado por los propios judíos alrededor del año 590 a.C. Una de las contribuciones notables de Jeremías fue la rehabilitación de Egipto después de su destrucción por Nabucodonosor.
Dios envió a Jeremías para guiar a los israelitas. Al principio se sintió incapaz de cumplir con esta responsabilidad y buscó la ayuda de Dios.
Dios le aseguró su infinito poder y apoyo. En una época de corrupción moral entre el pueblo y de tiranía y apatía de sus gobernantes, Jeremías aprovechó cada oportunidad para amonestar y guiar al pueblo.
También les advirtió sobre la invasión de Nabucodonosor y la inminente destrucción de Jerusalén.
Por esta razón fue acusado por algunos de ser un mercenario y traidor babilónico, lo que resultó en persecución por parte de falsos sacerdotes e incluso amenazas contra su vida.