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Fuentes : Islamoriente.com
domingo

8 septiembre 2024

11:53:42
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Civilización del Islam: "Caligrafía"

«Admirable condición la del cálamo: bebe tiniebla y escupe luz». Ahmad Ibn Burd al-Asghar (m. 1053), poeta andalusí.

La escritura arábiga es, por definición, la más árabe de las artes plásticas del Islam. Pertenece pese a ello a la totalidad del mundo islámico, e incluso se considera como la más noble de las artes, pues da forma visible a la palabra revelada del Sagrado Corán. La caligrafía es asimismo el arte de más amplia extensión entre los musulmanes, ya que todo el que sepa escribir sabe apreciar los méritos de un buen calígrafo. Se puede afirmar sin temor a la exageración que nada ha plasmado mejor el sentido estético de los pueblos musulmanes que la escritura arábiga. Es preciso estar familiarizado con sus formas y estilos para abarcar este arte en toda su amplitud y sobre todo en la ornamentación arquitectónica, frecuentemente dominada por la epigrafía.

   El árabe engloba en un solo término (jatt) las nociones de escritura y las de caligrafía, hecho que se explica por el carácter sagrado de una lengua que es la del Sagrado Corán. Pocas civilizaciones han llevado el arte de la caligrafía a un rango tan elevado como lo han hecho los musulmanes.

Orígenes

De acuerdo con estudios contemporáneos, el origen del árabe está íntimamente relacionado con las lenguas y alfabetos de fenicios y nabateos.

   Los antiguos habitantes de las ciudades de la costa correspondiente al Líbano de nuestros días, no se llamaron nunca a sí mismos «fenicios». Este nombre les fue impuesto por los griegos (Homero entre ellos), con quienes entraron rápidamente en contacto durante sus viajes. Ellos se llamaban a sí mismos por el nombre de sus ciudades (“yo de Tiro”, “yo soy de Sidón”).

   En cuanto al origen del nombre, la explicación más corriente pone a este pueblo en relación con el color rojo sangre (foinós en griego) de la púrpura (foinix), puesto que el tiñe de paños, precisamente en rojo púrpura, fue una de las actividades de este pueblo de intrépidos navegantes y sagaces comerciantes. Por eso, los helenos los denominaban foeniki «hombres rojos». También se los conoció con el nombre de sidonios, por la fama de una de sus ciudades-puerto, Sidón. Los fenicios provenían de la región del Hadramaut o Hadhramant (Yemen) en la Arabia del Sur. No eran sino los himyaríes o himyaritas, es decir «los hombres rojos», los homeritas de Claudio Tolomeo (90-168). La sigla HMR o hamar expresa en árabe la idea del color rojo. Además, ellos también dieron nombre al mar Rojo, frecuentado y atravesado en su larga emigración hacia el Líbano y Palestina. Según sus propias tradiciones, los fenicios procedían del mar Eritreo (Heródoto, I:1, VII:89). Hoy todos sabemos que el mar Eritreo (del griego erithrós: rojo) es el mar Rojo. Incluso un autor como Agatárquides de Cnido, que vivió en la época de Tolomeo VI Filométor (186-145 a.C.), ya aceptaba esto en su obra Sobre el mar Eritreo. Lo mismo hacen el escritor y enciclopedista romano Plinio el Viejo (23-79), en Historia Natural, y el historiador y filósofo griego Flavio Arriano (100-175) en Indica. El reino de los himyaríes, el Yemen y el Hadramaut, era designado por los egipcios con el nombre de «país de Punt» (esta región abarcaba incluso los actuales países de Eritrea, Djibouti y Somalía).

Los himyaríes estaban emparentados o formaban parte de un antiquísimo pueblo árabe, los sabeos, cuya soberana Bilquís, que viajó especialmente a visitar el reino de Salomón, hecho mencionado en la Biblia (1 Reyes 10,1-13) y en el Corán (Sura 27, 22-44), no es otra que la famosa reina de Saba llamada Bilquís. Los himyaríes formaban en la Antigüedad , y desde el siglo XX a.C. hasta el V de la era occidental, el agrupamiento étnico y político más importante de Arabia del Sur.

   El reino de Himyar ocupaba el actual Yemen y sus límites se extendieron desde Adén a Mascate. La lengua de los himyaríes, llamada también “el sudarábigo antiguo”, parece la lengua madre de los fenicios, y tiene relaciones con los alfabetos fenicio y árabe. Según el Génesis (10,28), Saba fue descendiente de Sem, padre de los semitas. El padre de Saba fue Joctán, llamado Qahtán en árabe, y considerado por las genealogías arábigas, como el antepasado de todas las tribus árabes meridionales. Saba tuvo doce hermanos. Dos de ellos legaron sus nombres a los países —hoy desaparecidos de Ofir y Javilá, de donde procedían la mayor parte de las riquezas de Salomón. Los otros diez llevaban nombres correspondientes a lugares o pueblos de Arabia, entre ellos Jasarmavet. Jasarmavet (o Hasarmawet) ha pasado del Génesis a la geografía: una vasta provincia del Yemen se designa con el nombre de Hadramaut.

   Los modernos investigadores han llegado a la conclusión de que cananeos y fenicios constituían un único pueblo y su idioma dio origen a otras lenguas como el arameo y el hebreo. La religión de Canaán y Fenicia era también una sola. Los acadios llamaban a los fenicios y a los cananeos kinahhu y a Fenicia y a Canaán Kinahna. La misma Biblia establece el origen común de cananeos y fenicios: «Canaán engendró a Sidón, su primogénito» (Génesis 10,15). Por eso los hebreos e israelitas llamaban a los fenicios sidonim (sidonios). El arqueólogo francés André Lemaire, que tuvo el honor de continuar los trabajos de sus compatriotas Claude Schaeffer en Ugarit y André Parrot en Mari confirma nuestras presunciones: «El fenicio es uno de los pueblos semitas de Oriente. Su lengua, al igual que el hebreo y el arameo. desciende de la lengua cananea hablada en Siria-Palestina en el II milenio a.C.» (A. Lemaire: El mundo de la Biblia, Editorial Complutense, Madrid, 2000, pp. 247-248).

   Los fenicios se denominaban a sí mismos de acuerdo a la ciudad que procedían: sidonios, tirios o webalíes, por vebal, el antiguo nombre de Biblos. Pero existe la teoría que como pueblo se autodenominaban kena’ani, o sea cananeos. En hebreo kena’ani tiene como segundo significado “comerciante”, un término que caracteriza a los fenicios.

El orientalista cubano Waldo Díaz García, colaborador del Centro de Estudios para África y Medio Oriente (CEAMO) de La Habana, dice que «Alrededor del VI milenio, el avance de la desertificación de la península árabe obligó a un gran número de tribus a migrar hacia la Media Luna Fértil y Egipto en busca de tierras feraces... Según las investigaciones, las primeras tribus en abandonar la península fueron las que más tarde serían conocidas como cananitas. Los estudios arqueológicos realizados en la década del 60 de este siglo descubrieron en Beit Shean, a 10 km del río Jordán en la actual Palestina, a distintas profundidades, un conjunto de ruinas correspondientes a nueve ciudades, de las cuales la más antigua data del IV milenio. Se comprobó también el origen cananita de estas construcciones... Según Philip Hitti, en su obra Lebanon in History, fueron los hurritas, cuando llegaron a la costa del Mediterráneo en el siglo XVII a.C., los que llamaron cananitas a los habitantes de estas regiones. Canaán fue el nombre aplicado a toda la extensión de las actuales Líbano y Palestina (las antiguas Fenicia y Pilistín, respectivamente), y viene del hurrita Knaggi, o sea, (la tierra de la) púrpura, así llamada por el trabajo de sus habitantes para teñir las telas con el líquido rojo producido por un molusco marino. De este nombre proceden el cananita Ken’an, el acadio Kinawi y el fenicio Kenaan. Por tanto, a la llegada de los hurritas a la costa del Mediterráneo, los cananitas establecidos en las ciudades marítimas ya se dedicaban a la industria del teñido y lo confirma el uso del nombre foinix (rojo púrpura) aplicado a partir del siglo VIII a.C. a los cananitas por los comerciantes griegos consumidores de estos productos. Del término foinix se deriva el nombre de fenicios otorgado a los cananitas de esta región costera» (W. Díaz García: Mahoma y los árabes, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990, pp. 35-36).

   Entre los años 1200-1100 a.C., los pueblos cananeos de la costa empiezan a ser conocidos como fenicios por los griegos. Luego los romanos convertirían foinix en poenus y de esta última versión surgiría el término castellanizado púnico.

   La contribución fenicia más importante a la civilización fue el alfabeto que influyó considerablemente al griego y al latino. Hacia el año 1300 a.C., los fenicios habían ideado un alfabeto sencillo de 22 letras, todas consonantes. Hacia el 800 a.C., los griegos le añadieron los signos para indicar algunas vocales, y configuraron la base del alfabeto occidental.

   Con el proceso de colonización los griegos y los fenicios difundieron el alfabeto por el Mediterráneo Occidental. El alfabeto etrusco y el latino, por ejemplo, se inspiraron en el griego, mientras que el fenicio se afianzó en África del Norte, Sicilia, Cerdeña y España.

No es ninguna casualidad, entonces, que en el alfabeto latino tengamos a, be, ge, de, y el alfabeto griego alfa, beta, gamma, delta, y el hebreo álef, bet, guímmel, dáleth, y el árabe ‘alif, baa’, yim, daal.

Por cierto que arameos, griegos, etruscos, íberos y otros pueblos, no sólo copiaron de los fenicios el alfabeto: además tuvieron que añadir letras para los sonidos de su idioma que no existían en fenicio.

Los nabateos son también un pueblo arábigo como los fenicios. Se llamaban a sí mismos: nabatu, es decir, nabateos. El verbo nabata y el nombre derivado de él, significa “un hombre que excava en busca de agua”.

Algunos especialistas creen que los nabateos eran descendientes de Nabaioth, el primer hijo de Ismael, el primer hijo del Profeta Abraham (Gen. 25:13). La misteriosa y desaparecida civilización árabe de los nabateos se desarrolló a los largo de mil años, entre el 300 a.C. al siglo VII d.C. y el advenimiento del Islam. Su riqueza arquitectónica y su depurada tecnología y habilidad para vivir en el desierto del Néguev despierta la admiración de los modernos arqueólogos y científicos.

Lo poco que sabemos de los nabateos proviene de geógrafos e historiadores romanos. Eran tribus nómadas del norte de Arabia que deambulaban y comerciaban, y que más adelante se establecieron en poblaciones sedentarias para crear finalmente un reino independiente cuya capital era Petra, en las montañas de Edom (hoy Jordania). En el apogeo de su poderío, entre los años 8 a.C.-40 d.C., precisamente en los días de Jesús, el hijo de María, los reyes nabateos gobernaron en las regiones que hoy en día pertenecen a Jordania, Siria e Israel. Su contacto con el mundo helenístico ejerció gran influencia sobre su cultura material y se puso de manifiesto especialmente en su arquitectura.

Los nabateos acumularon grandes riquezas por el comercio en perfumes costosos y especias del este de África y Arabia, que transportaban en caravanas de camellos hacia la costa sur del Mediterráneo; Gaza era su principal puerto y depósito. El Néguev era el contacto terrestre directo con la costa del Mediterráneo y los apostaderos nabateos a la vera de sus rutas principales evolucionaron hasta convertirse en ciudades: Avdat, Shivta, Halutza y Nitzana. Alguna de éstas tenían a su vera manantiales de agua fría rodeados de vegetación tropical. En esta región desértica e inhospitalaria, los nabateos desarrollaron una agricultura basada en terrazas construidas sobre las laderas de las montañas. Es famoso al respecto el “Libro de agricultura nabatea” Para contener los aluviones de agua construyeron represas en los valles y para colectar el agua de lluvia, cavaron cisternas en la roca. Estas medidas, promovidas por el gobierno central nabateo, consolidaron su control sobre el Néguev y garantizaron el paso seguro de las caravanas. El reino nabateo fue conquistado por el emperador Trajano en 105 d.C. y anexado como provincia romana, llamada Arabia Pétrea

El alfabeto nabateo surge a partir de formas cursivas del alfabeto arameo, antepasado del árabe. Los arqueólogos y lingüistas han analizado y estudiado las inscripciones nabateas que representan la etapa de transición hacia el desarrollo de escrituras arábigas como las de Um al-Yimal que datan del 250 d.C., y el Namarah del famoso poeta preislámico Imru’ al-Qays que data del año 328 d.C. Otra inscripción de Um al-Yimal, esta vez del siglo VI d.C., confirma el origen nabateo del árabe y el nacimiento de las formas distintivas de éste.

Yazm es el modelo de escritura árabe más antigua que se conoce. Esta escritura está considerada una forma avanzada del alfabeto nabateo. El estilo rígido, angular y bien proporcionado de la escritura Yazm posibilitará más tarde el desarrollo de la famosa escritura kúfica, la grafía de Kufa, una pequeña ciudad en Irak.

La escritura árabe, que era aún rudimentaria en la época de la revelación del Sagrado Corán, y crece a partir de éste hasta horizontes inimaginables, se impuso en un principio como un medio de conservación y de memorización del texto sagrado. Más tarde, fue reformada y perfeccionada por gramáticos y calígrafos con el objeto de hacerla digna de su sagrada misión. Desde sus orígenes, en la escritura árabe se distinguen dos formas: una, rígida y de caracteres angulares, conocida como «cúfica» (de la ciudad de Kufa, en Irak), y otra, más suelta, más redondeada y fluida, denominada nasjí. La escritura cúfica oriental, desarrollada en Irán a finales del siglo X, presenta unos largos perfiles verticales y sus trazos cortos son inclinados; por su parte, la escritura cúfica occidental, surgida en Qairuán (Tunicia), se distingue por los semicírculos que forman las letras bajas, que de esta forma aparecen dilatadas por debajo de la línea de escritura.

El desarrollo de la escritura cúfica prosiguió hasta finales del siglo XII, fecha a partir de la cual pasó a ser una escritura esencialmente decorativa, sin abandonar por ello su función principal de expresión del pensamiento. Los estilos que más se practicaron entonces fueron, entre otros, el cúfico, el foliar, el floreado, el trenzado y el geométrico.

En la primera época del califato (siglos VII-VIII), la diversidad cultural de las numerosas poblaciones recientemente islamizadas provocó una reforma de la lengua árabe, necesaria en la medida en que había que luchar contra la confusión e instituir un lenguaje claro y universal apoyado por una escritura legible. Una primera solución para diferenciar las vocales fue la que propuso Abu al-Aswad al-Du’alí (m. 688): consistía en emplear grandes puntos colorados para indicar las vocales que no estaban representadas por letras. El problema de la diferenciación de las consonantes fue abordado en primer lugar por al-Hayyayy Ibn Yusuf al-Taqafi (m. 714). Los signos diacríticos —uno, dos o tres pequeños puntos negros— eran colocados por encima o por debajo de la letra, pero este sistema de punteo se prestaba a confusión. La sustitución de los puntos por cortos trazos verticales tampoco resolvió el problema, mientras que, de otro lado, se buscaba una solución que permitiera escribir a los calígrafos con un solo color.

Tal solución fue encontrada por el célebre gramático Jalil Ibn Ahmad al-Farahidi(m. 786), que conservó los puntos de al-Hayyayy para la diferenciación de las consonantes, pero reemplazó la representación de las vocales de Abu al-Aswad por ocho signos nuevos de vocalización, entre ellos los de las vocales a, u, i (fathah, dammah, kasrah). Esta codificación permitió unificar una pronuciación frecuentemente alterada en los dialectos de las diferentes provincias del Dar al-Islam (‘Morada del Islam’).

El éxito de la escritura nasjí, conocida en el período preislámico, sobrepasó al de las escrituras cúficas, aunque su evolución discurrió lentamente en la época omeya (661-750). Con todo, no dejaron de inventarse nuevas escrituras. A finales del siglo IX. Se contaban hasta veintiuna formas de escritura caligráfica. De todas ellas, sólo han sobrevivido seis, las «seis plumas» (al-aqlam al-sittah): tuluti, nasjí, muhaqqiq, rihan, riqa’ y tawqi’. Esas seis formas caligráficas fueron perfiladas y sometidas a rigurosas reglas científicas por Abu Alí Ibn Muqlah (886-940), visir (ministro) y calígrafo genial: la altura, la anchura y el diámetro de las letras se calcularon según un sistema de proporciones que tenía como base la forma regular de losange trazada por el desplazamiento oblicuo del qalam (en castellano ‘cálamo’, caña para escribir). Tres siglos más tarde, las distintas formas caligráficas ganaron en belleza y distinción cuando el calígrafo Yaqut al-Mustasimi (m. 1298) inventó un cálamo con la punta ya no recta, sino oblicua.

En el Magreb, partiendo de la escritura cúfica occidental, en el siglo XI se elaboró un estilo conocido con el nombre de magribi (‘magrebí’), caracterizado por la delicadeza de sus líneas, la fluida prestancia de sus curvas abiertas y la redondez de sus alargamientos. El uso del papel, cuya técnica de fabricación, inventada por los chinos, fue adoptada por los musulmanes a partir de 750, se expandió por todo el mundo islámico oriental. En el Magreb, sin embargo, no sustituyó al pergamino hasta finales del siglo XIV. La escritura magribi, mientras tanto, tuvo un gran éxito, lo que explica tanto su perduración como su extensión por toda el área del África del noroeste y por al-Ándalus, donde se desarrolló una variante regional, el andalusí. Los calígrafos persas adoptaron la escritura ta’liq y su variante denominada nasta’liq, que en el siglo XV se convirtió en su escritura definitiva. Los otomanos incorporaron la mayor parte de los estilos caligráficos existentes, pero también crearon nuevas formas de escritura, como las denominadas shikasteh y diwaní (para uso de la cancillería o ‘diván’).

Véase Annemarie Schimmel: Islamic Calligraphy, Leiden, 1970; Clément Huart: Los calígrafos del Oriente musulmán, Olañeta, Palma de Mallorca, 1987; Yasin Hamid Safadi: Islamic Calligraphy, Thames and Hudson: Londres, 1992.

El arte del calígrafo

El calígrafo musulmán se apoya en la mano izquierda, en la que lleva un fieltro sobre el que coloca el papel, mientras con la derecha utiliza la caña humedecida en el tintero. La escritura se realiza mediante un doble movimiento de las manos que requiere por parte del calígrafo un estricto control de la respiración, a fin de no alterar el trazo. El éxito depende del perfecto equilibrio de todo los factores en juego. El calígrafo mantiene su mano en forma a base de practicar durante horas, al igual que los músicos. Para valorar cada escritura se emplea un sistema de recuento que consiste en trazar un rombo con la caña entintada para calcular vertical u horizontalmente el calibre de cada una de las letras.

Tintas y papeles

La caligrafía islámica es un arte más complejo de lo que parece a simple vista. Por ejemplo, la fabricación de tintas negras o de color, densas o fluidas al mismo tiempo, se realiza mediante una especie de alquimia bastante complicada, a base de sebo, flores de granado, jugo de uva y otros ingredientes que deben cocerse y mezclarse debidamente. Finalmente se verifica la calidad de la tinta obtenida mojando en ella una púa de erizo.

En cuanto al papel, hay catorces variedades, las mejores de las cuales son las de Samarkanda. Si el calígrafo lo desea, puede teñir el papel escogido con la siguiente mezcla tradicional islámica: tilo, té, azafrán, tabaco, paja, cáscara de cebolla y corteza de granada amarga. El huevo se emplea para lustrar el papel con bruñidores de diversos materiales: mármol, conchas, vidrios, marfil.

Estilos

Entre los diversos estilos que ofrecen materia de reflexión resultan interesantes los ejemplos de escritura de carácter antropomórfico y zoomórfico, relacionado con el pensamiento de los bektashís. Para los calígrafos de esta hermandad mística musulmana de Turquía se trata de celebrar mediante el grafismo y gracias a los trazos de las letras a la Familia del Profeta, especialmente bajo la forma de Alí y sus hijos mártires, Hasan y Husain. Alí Ibn Abi Talib, yerno y sucesor del Profeta del Islam, es un mártir especialmente venerado por numerosas congregaciones musulmanas sunníes.

Paralelamente a la caligrafía culta, destinada a una élite —como los otomanos, los safavíes o los mogoles— o a los imperativos de un arte monumental, en el mundo islámico se ha desarrollado una imaginería popular —basada a menudo en letras del alfabeto— que se permite libertades llenas de fantasía y encanto. Así, las fórmulas de la oración o las bendiciones al Profeta, a sus Compañeros y los Imames, se transforman bien en mezquita, bien en aguamanil, en león, en barco o en cigüeña, e incluso en un rostro humano.

Salvar la escritura árabe

Con este título encabezó un artículo el renombrado islamólogo francés Louis Massignon (1883-1962), diciendo: «Había pensado por un momento, entre 1928 y 1931, ante el éxito de la reforma de Kemal Ataturk, latinizando el alfabeto, que esta reforma podría generalizarse a toda Persia e incluso a Siria... Pero desde entonces he comprendido... que latinizar el alfabeto árabe equivaldría a destruir la estructura original de la gramática árabe, el i’rab, y supondría la anulación de la cultura árabe; que esta lengua semítica muy pura es una lengua de “testimonio”, que se debe conservar, cueste lo que cueste, intacta, para orientar la formación verdaderamente ecuménica de la futura lengua internacional. Y que el abandono del alfabeto árabe arrastraría la decadencia de la caligrafía que es el arte abstracto del Islam que renace, en este momento, en Bagdad y en Alepo» (cfr. Fernand Braudel: Las civilizaciones actuales. Estudio de historia económica y social, Tecnos, Madrid, 1993, p. 113).

La escritura aljamiada

La aljamía (del árabe al-ayamiyya, lengua no árabe o incorrecta, de ayami, extranjero) era una jerga popular de al-Ándalus con mezcla de palabras árabes y mozárabes. Un contemporáneo del Arcipreste de Hita (escritor castellano de mediados del siglo XIV llamado Juan Ruiz) fue el autor anónimo del «Poema de José» (Qasidat Yusuf) —una leyenda sobre el Profeta José—, temática abordada por numerosos literatos musulmanes, como es el caso de Firdusi (ver aparte) con su versificación de Yusuf y Zuleija, y por escritores europeos como el novelista alemán Thomas Mann (1875-1955), autor de la tetralogía «José y sus hermanos» (1933-1943).

La particularidad de la obra anónima citada consiste en que las palabras son del dialecto aragonés, la forma del verso, francesa, y está escrita en caracteres arábigos (cfr. Tomás Irving: El Poema de José, Publicación de la Mezquita Madre, Cedar Rapids, Iowa, 1988). Este estilo conocido como aljamiado se aplicó a los escritos de los mudéjares y moriscos, que empleaban caracteres árabes para escribir palabras castellanas.

Dice Anwar G. Chejne, catedrático de Árabe e Islam de la Universidad de Minnesota: «Al avanzar la Reconquista a partir de finales del siglo XI, disminuyó el bilingüismo en al-Andalus, reemplazando el romance poco a poco al árabe, lo mismo escrito que hablado... Aunque fue fácil para los mozárabes o cristianos arabizados, adaptarse rápidamente al lenguaje de sus correligionarios conquistadores, no se puede decir lo mismo de los mudéjares, o de los musulmanes que vivían bajo el poder cristiano...Durante este proceso, y a pesar de su amarga oposición y desilusión, se romanizaron gradualmente, hasta que sólo conservaron una vaga memoria de su pasado. La esperanza de librase algún día de sus señores cristianosse desvaneció con la caída de Granada en 1492; y, al no tolerarlos la Inquisición a no ser que se convirtiesen al catolicismo, muchos de ellos se vieron forzados a ceder, mientras que otros lo fingieron aunque secretamente siguieron siendo musulmanes. Estos últimos fueron llamados moriscos, despreciados y objeto de sospechas, se les prohibió hablar el árabe en público, practicar su religión y conservar sus costumbres. Bajo estas condiciones, los moriscos y mudéjares escribieron una literatura aljamiada en la lengua que mejor conocían, un dialecto español, empleando temas islámicos concernientes a la religión y los hechos heroicos de sus antepasados» (A. G. Chejne: Historia de la España Musulmana, Cátedra, Madrid, 1993, pp. 32-343).

El procedimiento para transcribir la fonética española en caracteres árabes ofrece muchos puntos de interés y tiene especial valor como dato (confirmado por la transcripción en caracteres latinos del árabe familiar hablado en Granada hacia el año 1500, en la obra de Pedro de Alcalá: Vocabulario arábigo en letra castellana, Granada, 1505) para conocer cómo pronunciaban los musulmanes en España los idiomas del país, castellano y árabe, así como algunos dialectos regionales. Los efectos posteriores de la pronunciación morisca son perceptibles todavía en la actualidad.

El idioma de los hispanoamericanos

Nuestros pueblos americanos aprendieron hablar como lo hacían los españoles. Y, ¿de quien aprendieron a hablar?, se preguntaba el renombrado filólogo español Rafael Lapesa (nacido en Valencia en 1908) en la conferencia «Andalucía y el castellano en América», que brindara en la facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, el 13 de noviembre de 1962. Sostenía este erudito, discípulo del filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), que «pocos años después de la conquista, aparecieron andaluces en las Antillas. De las Antillas pasaron al continente. Más tarde vinieron otros andaluces, entre los que predominaron los sevillanos. Finalmente vinieron españoles de toda España. Llegaron tarde. América ya tenía una lengua, ya hablaba un idioma: se lo habían dado esos andaluces... América habla como Sevilla. Y Sevilla «sesea» (pronunciar un sonido silbante s en vez del sonido ce o zeta, como los argentinos dicen serca, plasa, sarpar, sine, etc., en vez de cerca, plaza, zarpar, cine), no «cesea» (pronunciar la ce, z o s con un sonido fonético fricativo interdental sordo), y esto es el signo de Cultura indiscutible; el ceseo es la negación de lo culto. El «yeísmo» (pronunciar la ll como la y, como en yave, yanura, en vez de llave, llanura, tan común entre los gauchos argentinos y uruguayos), afirma Lapesa, es de origen moruno.

Véase Leopoldo Eguilaz: Glosario etimológico de las palabras españolas de origen oriental, Granada, 1886; F. Fernández y González: La influencia de las lenguas y literaturas orientales en la nuestra, Madrid, 1894; Rafael Lapesa: Historia de la lengua española, Madrid, 1942, Nueva York, 1965; G. Díaz Plaja: Historia del español, Buenos Aires, 1955; Álvaro Galmés de Fuentes: Influencias sintácticas y estilísticas del árabe en la prosa medieval española, Madrid, 1956.

Del libro CIVILIZACION DEL ISLAM; Edición Elhame Shargh