Según han informado varios medios estadounidenses, la oficina del expresidente Joe Biden confirmó este domingo que padece un cáncer de próstata en fase avanzada, con propagación a los huesos. De acuerdo con los especialistas médicos, el tumor ha recibido una puntuación de 9 sobre 10 en la escala de Gleason, lo que indica uno de los niveles más agresivos y peligrosos de esta enfermedad.
Biden se retiró de la contienda electoral de 2024 tras un desempeño poco convincente en el primer debate y ante la creciente presión de la opinión pública. Desde entonces, ha regresado a su estado natal de Delaware. En los últimos meses, se han hecho más evidentes los signos de deterioro físico y cognitivo, incluyendo dificultades en el habla, pérdida de concentración y fatiga generalizada, síntomas que ya se manifestaban durante los últimos años de su presidencia. El libro recientemente publicado The Devil May Dance, de Jake Tapper y Alex Thompson, revela que su equipo de asesores habría ocultado deliberadamente este deterioro entre 2022 y 2024.
Aunque la oficina de Biden ha señalado que el cáncer responde de forma positiva a tratamientos hormonales, los expertos han subrayado que, en este estadio, la enfermedad no es curable. El doctor Matthew Smith, oncólogo del hospital Massachusetts General Brigham, declaró: «Es una enfermedad controlable, pero no curable. La esperanza de vida en estos casos se sitúa entre cuatro y cinco años».
Estas revelaciones han vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre los criterios de selección de líderes políticos en Estados Unidos. Un sistema en el que, con frecuencia, la salud y la aptitud de los candidatos quedan en segundo plano frente a los intereses partidistas y mediáticos. Biden, con más de 80 años, aspiraba a un segundo mandato en un momento en el que ya enfrentaba limitaciones personales significativas.
El actual presidente, Donald Trump, expresó su pesar por la noticia y deseó a Biden una pronta recuperación. No obstante, algunos analistas sostienen que tanto demócratas como republicanos deberían reflexionar más seriamente sobre la salud y la preparación física y mental de quienes aspiran a los más altos cargos del país.
Durante su etapa como vicepresidente, especialmente tras la muerte de su hijo Beau Biden por un cáncer cerebral en 2015, Joe Biden se posicionó como una figura activa en la lucha contra esta enfermedad. Sin embargo, su situación actual también revela las limitaciones que enfrentan incluso los sistemas sanitarios más avanzados ante los desafíos humanos más complejos.
Aun así, lo que hoy se espera de Joe Biden no es solo coraje ante la enfermedad, sino también una reflexión profunda sobre las decisiones tomadas durante su administración. En su mandato, el conflicto en Gaza alcanzó niveles de violencia sin precedentes, y el apoyo incondicional de su gobierno a Israel se tradujo en un alto coste humanitario para la población palestina, especialmente para los niños. Quizás hoy, antes de recibir oraciones de sus adversarios políticos, el expresidente deba pedir disculpas a esos niños y reconocer ante la historia el sufrimiento causado.
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